domingo, 16 de abril de 2023

La vida nada debe negar: El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde

 

Años después vuelvo a El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde.

Me veo distinta en la obra que también lo es. El Dorian de mi adolescencia era falso y grotesco; hoy es triste y sublime. Lectoras y obras somos arena en el reloj del tiempo.

Las lecturas ex novo son siniestras: nos reconocemos diferentes en lecturas renovadas. “Lo que en realidad refleja el arte es al espectador y no la vida.”, dice Wilde en el Prefacio. El acto de leer es espectral, sin duda.

Vamos al lío.

El retrato de Dorian Gray fue publicado como cuento en 1890. Un año después fue ampliado como novela. En 133 años se han realizado múltiples lecturas y abundantes críticas desde diversas perspectivas: en torno al argumento, la trama, la construcción de los personajes, el contexto, el género, los guiños autobiográficos, el pesimismo romántico, el decadentismo… la ética y la estética, principios longevos y mutantes.

Desde el siglo IV a. C. o desde los confines del mito tratamos de comprender el Bien y la Belleza y a los famosos Cuatro Kalós del Ideal Griego: Lo hermoso (Lo sublime), Lo bello (La armonía), Lo bueno (El orden), Lo noble (La riqueza).

A diferencia de lo que pensaban los griegos, el pesimismo romántico de Schopenhauer y Nietzsche construyeron un abismo entre estética y ética. Dos principios o fundamentos filosóficos distintos e irreconciliables. La contemplación de lo Bello no conduce al Bien, porque el Arte no tiene un principio educativo, sino un sentido evasivo: evade el tiempo. Evade los horrores del mundo -dolor y sufrimiento-, dice Schopenhauer. Un fundamento que, probablemente, en la actualidad ha perdido peso. Quizá sí seguimos aspirando a realizar el ideal que acuñó para configurar lo ético: neminem laede, no dañes a otro, no causes dolor.

Visto así, remato: la estética no está al servicio de la ética.

La estética es el goce fugaz que, en estado de contemplación, produce una sensación sublime: el aniquilamiento. Sentir la finitud en la eternidad, la pequeñez en lo infinito, la imperfección en el orden cósmico. Es un estado demiúrgico, onírico o poiético, que evade la insatisfacción provocada por el deseo y el deber.

Es decir, en el arte se busca el placer, en ocasiones con perversidad hedónica. Rompe las amarras que anclan al mundo, para ingresar al contemplador a un estado de no-sufrimiento; como quien se recuesta para mirar hacia arriba una pintura de Paul Klee o quien ingresa a los mundos de Julio Verne.

En cambio, a la ética le preocupa el estado del mundo, los males y el padecimiento; su fin es la responsabilidad y el trabajo, que implica transformar el conflicto en progreso y confort.

Después de estas digresiones filosóficas, regreso a El retrato de Dorian Gray. Pero no contaré la historia, mejor léanla.

En la obra se impone la estética sobre la ética; la devora, como la noche se traga los sueños. Aniquila el yo, después de alimentarse de él y satisfacerse. Esta tensión atraviesa toda la obra. Una crítica destripadora a la moral victoriana, inventora de los “manteles largos”, para que las patas de la mesa no les recordaran a los hombres las piernas de las mujeres.

Lacan dice que sin la reina Victoria el psicoanálisis no hubiera existido, ella fue la causa del deseo de Freud Puede que se trate de una broma, pero no sin cierto trasfondo de verdad. El nacimiento del psicoanálisis estaba estrechamente ligado a una sociedad exacerbadamente moralista y disciplinaria, con rígidos prejuicios y severas prohibiciones. Pero a Dorian no le interesa cambiar su contexto, sino eternizar la belleza para experimentar el goce. De ahí la idea: los placeres sólo son propios de la juventud y la belleza.

La confrontación entre la arrogancia aristocrática de la estética y el realismo vulgar de la ética burguesa, vertebra la obra de Wilde.

La sociedad victoriana creó a Dorian Gray y asesinó a Oscar Wilde: con su vigilancia de castidad y decencia, su creencia de felicidad en la vida marital y la reproducción como única razón válida para las relaciones sexuales. Contra esto, la idea: la vida nada debe negar.

Poco le negó la vida a Wilde, pero el conservadurismo todo le arrebató: el tiempo, la esperanza y la dignidad. Pero, Dorian Gray sigue vivo entre sus páginas, en lecturas primerizas y en las continuas ex novo.

¿Sigue triunfando la estética frente a la ética?





 

 

 

 

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