Años
después vuelvo a El retrato de Dorian
Gray de Oscar Wilde.
Me veo
distinta en la obra que también lo es. El Dorian de mi adolescencia era falso y
grotesco; hoy es triste y sublime. Lectoras y obras somos arena en el reloj del
tiempo.
Las
lecturas ex novo son siniestras: nos
reconocemos diferentes en lecturas renovadas. “Lo que en realidad refleja el
arte es al espectador y no la vida.”, dice Wilde en el Prefacio. El acto de
leer es espectral, sin duda.
Vamos
al lío.
El retrato de Dorian Gray fue
publicado como cuento en 1890. Un año después fue ampliado como novela. En 133
años se han realizado múltiples lecturas y abundantes críticas desde diversas
perspectivas: en torno al argumento, la trama, la construcción de los
personajes, el contexto, el género, los guiños autobiográficos, el pesimismo
romántico, el decadentismo… la ética y la estética, principios longevos y mutantes.
Desde
el siglo IV a. C. o desde los confines del mito tratamos de comprender el Bien
y la Belleza y a los famosos Cuatro Kalós del Ideal Griego: Lo hermoso (Lo
sublime), Lo bello (La armonía), Lo bueno (El orden), Lo noble (La riqueza).
A
diferencia de lo que pensaban los griegos, el pesimismo romántico de Schopenhauer
y Nietzsche construyeron un abismo entre estética y ética. Dos principios o
fundamentos filosóficos distintos e irreconciliables. La contemplación de lo
Bello no conduce al Bien, porque el Arte no tiene un principio educativo, sino un
sentido evasivo: evade el tiempo. Evade los horrores del mundo -dolor y
sufrimiento-, dice Schopenhauer. Un fundamento que, probablemente, en la
actualidad ha perdido peso. Quizá sí seguimos aspirando a realizar el ideal que
acuñó para configurar lo ético: neminem
laede, no dañes a otro, no causes dolor.
Visto
así, remato: la estética no está al servicio de la ética.
La
estética es el goce fugaz que, en estado de contemplación, produce una
sensación sublime: el aniquilamiento. Sentir la finitud en la eternidad, la
pequeñez en lo infinito, la imperfección en el orden cósmico. Es un estado demiúrgico,
onírico o poiético, que evade la insatisfacción provocada por el deseo y el
deber.
Es
decir, en el arte se busca el placer, en ocasiones con perversidad hedónica. Rompe
las amarras que anclan al mundo, para ingresar al contemplador a un estado de
no-sufrimiento; como quien se recuesta para mirar hacia arriba una pintura de Paul
Klee o quien ingresa a los mundos de Julio Verne.
En
cambio, a la ética le preocupa el estado del mundo, los males y el padecimiento;
su fin es la responsabilidad y el trabajo, que implica transformar el conflicto
en progreso y confort.
Después
de estas digresiones filosóficas, regreso a El
retrato de Dorian Gray. Pero no contaré la historia, mejor léanla.
En la
obra se impone la estética sobre la ética; la devora, como la noche se traga
los sueños. Aniquila el yo, después de alimentarse de él y satisfacerse. Esta
tensión atraviesa toda la obra. Una crítica destripadora a la moral victoriana,
inventora de los “manteles largos”, para que las patas de la mesa no les
recordaran a los hombres las piernas de las mujeres.
Lacan
dice que sin la reina Victoria el psicoanálisis no hubiera existido, ella fue
la causa del deseo de Freud Puede que se trate de una broma, pero no sin cierto
trasfondo de verdad. El nacimiento del psicoanálisis estaba estrechamente
ligado a una sociedad exacerbadamente moralista y disciplinaria, con rígidos
prejuicios y severas prohibiciones. Pero a Dorian no le interesa cambiar su
contexto, sino eternizar la belleza para experimentar el goce. De ahí la idea: los
placeres sólo son propios de la juventud y la belleza.
La
confrontación entre la arrogancia aristocrática de la estética y el realismo
vulgar de la ética burguesa, vertebra la obra de Wilde.
La
sociedad victoriana creó a Dorian Gray y asesinó a Oscar Wilde: con su
vigilancia de castidad y decencia, su creencia de felicidad en la vida marital
y la reproducción como única razón válida para las relaciones sexuales. Contra
esto, la idea: la vida nada debe negar.
Poco
le negó la vida a Wilde, pero el conservadurismo todo le arrebató: el tiempo,
la esperanza y la dignidad. Pero, Dorian Gray sigue vivo entre sus páginas, en lecturas
primerizas y en las continuas ex novo.
¿Sigue
triunfando la estética frente a la ética?