domingo, 21 de abril de 2024

Día Internacional del Libro: Jorge Luis Borges

 

Bien podría ser La cifra el título que anuncia el destino del intelecto y del sueño: des-cifrar. Develar las dos caras del espejo, el oxímoron equivocación y hallazgo que sostiene la afirmación borgeana: el ejercicio de la literatura «nos revela nuestras imposibilidades, nuestros severos límites». Y es el prólogo de este conjunto de poemas publicado en 1981, donde Borges nos introduce en lo que a él le ha sido dado: «Mi suerte es lo que suele denominarse poesía intelectual».

 

Uno de esos poemas intelectuales es “Los justos”:

 

Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.

El que agradece que en la tierra haya música.

El que descubre con placer una etimología.

Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.

El ceramista que premedita un color y una forma.

Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.

Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.

El que acaricia a un animal dormido.

El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.

El que agradece que en la tierra haya Stevenson.

El que prefiere que los otros tengan razón.

Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

 

Cada verso un microcosmos donde habitan millones, salvo el que sólo requiere a dos intelectos ante el tablero infinito de ajedrez.

 

“Cándido o El optimismo”, de Voltaire, construye el espacio de “Los justos”. Cada uno cultiva «el mejor de los mundos posibles», cada uno se desilusiona ante las terribles calamidades que el mundo le hará sufrir. Y levantará de nuevo su mejor huerto, en la infinita memoria del orden del tiempo, análogo a la música. Y buscamos en la etimología del lenguaje del tiempo, cifrado en la memoria de los días, las piezas que se mueven en direcciones ortogonales y diagonales en tablero de ajedrez.

 

La vista articula signos silenciosos de colores y formas; la visión interior del ciego que compone en la página límites e imposibilidades, ya vistos por ese otro, el escribiente dantesco, habitante en la memoria de la tercia rima, el «geómetra empecinado en cuadrar el círculo», que sueña con unir su naturaleza humana a la sabiduría divina.

 

Sólo «por medio de imágenes, de mitos o de fábulas», el hombre se abstrae de la vigilia; justifica el daño de sus bárbaros impulsos. Y busca en el círculo el remanso viajando al jardín de versos de la infancia, así Stevenson pre-vió en «Las nuevas mil y una noches» lo fantástico.

 

Las razones son ilusorias, abstracciones borrosas en el espejo de la incertidumbre, donde cada uno se mira -sin razón- salvando el mundo.

 

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