sábado, 27 de mayo de 2023

Instrucciones para leer Rayuela

 

Instrucciones para leer Rayuela de Julio Cortázar

 

Margarita Díaz de León I

 

Para jugar con Rayuela hay que desnudarse de formas previas, desvanecer todos los estilos aprendidos en los libros, hacer caso omiso de la estilística, los preceptos literarios y las normas clásicas de la escritura. Hacer a un lado todo lo apuntado en las clases de literatura y los discursos consagrados, para disponerse a construir un mundo desde cero lanzando la piedrita.

Para leer Rayuela hay que amar París, aunque no se haya ido nunca. Soñar puentes y piolines y tener el deseo imposible de encontrarse en el Club de la Serpiente, el circo o el manicomio. A Oliveira-Manú o a la Maga-Talita, detrás de alguna farola iluminada por la lluvia de los anocheceres que quisimos tanto. Para ello, deshágase de señaléticas, lápices y plumas, fichas y ordenadores, y prepárese para desempolvar la cultura.

Para entender Rayuela hay que haber visto arte y escuchado jazz y tangos, y un tanto de clásicos, en algún viejísimo tocadiscos polvoriento lleno de arañazos y raspaduras, mientras el humo del cigarrillo deja en penumbra esa luz macilenta de los noviembres invernales en los que alguien ha entrado en casa y son las once de la noche y no se ha ido, y no se va, y la compañía determina otras soledades u otras intimidades, o vaya usted a saber qué. Soledades acompañadas de una buena matera, porque el mate es la metáfora de lo que compartimos todos.

Para amar Rayuela hay que saber que un paraguas tiene varillas que se rompen, y que cuando se rompen puede sonar como un ruidito de cristales astillados en la sombra del tiempo que se marcha. Hay que saber también que hay parques para jugar a la rayuela: salto, saltas, adelante, un pie, otro… y volverse quimérico y adolescente, y tener sueños de gloria que nunca -claro- conseguimos, porque el tiempo y la vida nos dejarán dicho, para siempre, que el mundo no es un lugar, sino un molino de viento sobre nuestra cabeza, donde habita el recuerdo -de lo imposible- de haber querido alguna vez ser felices. Para sentir esto, hay que olvidarse de consultar el número de página y de pensar –lastimosamente- cuánto falta por saltar, es decir, por leer… salte, usted debe saltar y aprender a regresar a lo que dejó a medias.

 

Hay que releer Rayuela siempre; para ahuyentar el desamparo, el miedo, la incertidumbre, el abandono, la soledad, el dolor, la tristeza, para preguntarse y encontrar en las viejas páginas de ese libro ya tan gastado por nuestras propias manos, la sensación de que alguna vez, un argentino completamente irreverente nos escribió la vida, como si realmente nosotros fuéramos Oliveira o la Maga o tantos otros, y estuviéramos a punto de cruzar todos los puentes de París o recorriendo las calles porteñas, abrazados bajo el agua. 

Rayuela nos invita a saltar de la mano de Julio, en ese brinco que ya dura sesenta años.

No tenga miedo, lea Rayuela, como a diario se dispone usted a leer su vida en el mundo. 

 

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