Balada de la cárcel de Reading
Oscar Wilde es liberado de la cárcel de Reading
en mayo de 1897, después de una condena de dos años de trabajos forzados,
durante los cuales escribió la efectista carta De profundis.
Una vez libre, no tardó en escribir el poema La balada de la cárcel de Reading, como
si prolongara su agonía en la prisión con una fuerza lírica provocada por un
motivo mucho más doloroso que su propia condena: la condena a muerte de otro
preso.
Wilde lleva al extremo su experiencia
carcelaria como aquél que quiere exprimir todo lo que el dolor contenido guarda,
lo cual impacta aún más si lo que sirve de fondo es la muerte conocida y
prefijada, una muerte imposible de ignorar, no sólo por quien ha de caminar
hacia el cadalso, sino también por quienes le contemplan, en el día a día,
aproximarse al final:
Con ojos curiosos y sumisión enfermiza
le mirábamos día tras día
Aquella condena era tan grave para los propios
presos, que no podían siquiera pensar en sus propias penas o delitos, y mucho
menos compararse:
Y sabiéndome como alma en pena,
no pude sentir mi propio dolor.
Y yo y el resto de almas en pena
olvidamos si nosotros mismos
habíamos hecho algo grave o insignificante
Se trata de un soldado de la Guardia Real
Montada, Charles Thomas Wooldridge, condenado a muerte por haber degollado a su
mujer a causa de los celos. Un crimen pasional y horrible, bajo la condena
fatal y máxima que podía imponerse.
El extremismo poético es absoluto. Ya no se
trata de una larga y dura espera de la libertad, sino de la muerte. Incluso
cuando se denuncia la situación desesperante y torturadora de los presidiarios,
la sombra del verdugo o la tumba abierta cubren cualquier otra condena:
Nos olvidamos de la amargura
que al loco y al bandido aguardaba
hasta que un día, marchando pesadamente al
trabajo,
pasamos junto a una tumba abierta.
Con enorme boca el agujero amarillo
bostezaba por un ser vivo
Esto ven el resto de presos, pero, ¿qué hace el
condenado a muerte? Con toda probabilidad sea el verso clave de toda la balada
el que describe al preso desde los ojos de Wilde:
Nunca vi yo a un hombre que mirara
tan melancólicamente el día
Nunca vi a un hombre que mirara
con ojos nostálgicos
hacia la campana azul
que los presos llaman cielo.
El resto de presidiarios saben que ellos verán
de nuevo el día y, ante Wooldridge, ven a un hombre que:
Él bebía el aire como si portara
algún saludable sedante;
con la boca abierta bebía el sol
como si fuera vino.
La imagen es trascendente, arrancada de la
cotidianeidad carcelaria: porque para ver el exterior, sólo se puede mirar
hacia el cielo en un patio o por una ventanilla. Pero mirar el cielo se
convierte, fácilmente, en un acto de elevación, de situarse en lo alto. De
cielo, sol y aire se alimenta el preso, y aún más el condenado a muerte.
Los guardias, que le acompañan para evitar que
se quite la vida o, como dice Wilde:
No sea que él mismo robe
la presa al cadalso
ocultan sus rostros bajo la máscara del
cumplimiento, pues no pueden permitirse que surja en ellos una compasión
inútil, porque:
¿Qué palabras de consuelo en tal lugar
puede animar el alma de un hermano?
Los presos se desdibujan en figuras oscuras que
en la noche, desvelados, se arrodillan y oran ante aquello:
Figuras grises sobre el suelo
hombres arrodillados rezando
quienes nunca antes rezaran.
Toda la noche oramos arrodillados.
Es tras la ejecución, horas después, cuando los
presos salen a su patio, son ellos los que:
Nunca vi tristes hombres que miraran
tan melancólicos el día
Cuando era el ejecutado el que contemplaba el
cielo y el día, se diría que estaba alegre, y los demás le miraban a él
extrañados. Ahora, el contraste es que los presos miran ese mismo cielo,
tristes. Hay, efectivamente, un deseo de muerte:
Pero eran aquellos de entre nosotros
quienes caminaban abatidos
y sabían que, cada uno con su deuda,
debían haber muerto a cambio
Ven la tumba cerrada y la cal sobre los zapatos
de los guardias. Ya imaginan con ello el cuerpo desnudo bajo la tierra,
devorado por la cal viva. Sólo los presos lloran. Aparecen, entonces, estos
versos tan sentidos de Oscar Wilde en la Balada:
“Durante tres largos años ellos no sembrarán
ni arraigarán ni plantarán allí.
Por tres largos años el lugar maldito
quedará estéril y baldío.
Ellos creen que el corazón de un asesino
corrompería
cada sencilla semilla que sembraran
¡No es verdad! La bondadosa tierra de Dios
es más generosa de lo que los hombres piensan
Y la rosa roja, brotaría más roja
La blanca rosa más blanca!
Aunque la balada está compuesta en seis partes,
bien podríamos entenderla en dos: una primera que comprendería las partes I a
IV, donde se presenta y narra el motivo de la condena a muerte de un hombre;
una segunda, que recogería las partes V y VI, donde Wilde reflexiona acerca del
mundo de la cárcel, y la justicia y la ley de los hombres, que es la que nos
queda siempre por ver.
Recuerdo que Jorge Luis Borges en su artículo
“Sobre Oscar Wilde” escribe la siguiente frase: “Una observación lateral. El
nombre de Oscar Wilde está vinculado a las ciudades de la llanura; su gloria, a
la condena y la cárcel”. Y es precisamente la cárcel el escenario donde Wilde
pasaría dos años de su vida cumpliendo una condena por el cargo de “conducta
indecente” por la acusación de sodomía del marqués de Queensberry.
La Balada de la cárcel de Reading, como
ya se dijo, es un poema dividido en seis cantos, publicado el 13 de febrero de
1898 y que narra el preámbulo a la ejecución de Charles Thomas Wooldridge, un
hombre de treinta años condenado a la horca por uxoricidio, es decir, el asesinato
de una mujer a manos de su cónyuge.
La primera estrofa dice:
Ya no vestía su casaca escarlata,
porque rojos son la sangre y el vino
y sangre y vino había en sus manos
cuando lo sorprendieron con la muerta,
la pobre muerta a la que había amado
y a la que asesinó en su lecho.
Wilde nos lleva a compartir con él los últimos
instantes de la vida del preso: cómo éste contempla los rayos del sol con una
mirada triste, cual si fuera la llama de su vida a nada de extinguirse con la
más ligera brisa de aire, la sensación de muerte en la cárcel, el
comportamiento del alcaide, guardias y los demás presos, incluso de la
colocación de la soga que dará fin al condenado.
Wilde se compadece por un asesino a quien no ha
despojado de su condición de ser humano y expresa comprensión ante la desgracia
en la siguiente estrofa:
Aunque todos los hombres matan lo que
aman,
que lo oiga todo el mundo,
unos lo hacen con una mirada amarga,
otros con una palabra zalamera;
el cobarde con un beso,
¡el valiente con una espada!
Me parece muy interesante que Wilde llame
valiente al que mata por su propia mano, como en el caso de Thomas Wooldridge,
mientras que el cobarde es aquel que engaña con la labia y emplea a la
sensualidad como arma, o en el caso de este verso, con un beso.
En este punto, ¿hasta dónde la sociedad ha
tergiversado la idea del amor como un asunto de poder, donde el dominante
decide qué hacer con el pasivo a quien considera su pertenencia?
Y justamente, Wilde tiene un aforismo que dice:
“Todo se trata de sexo, excepto el sexo. ´El sexo se trata de poder´”.
Relaciono este asunto con la decadencia del amor, el cual se ha cargado también
de una lucha de poder donde el más tenaz, (taimado o dominante) mata lo que
ama, como se le adjudicaría más tarde a Lord Alfred Douglas como responsable
del infausto final de Oscar Wilde.
Al retomar el texto de Borges éste menciona
“Wilde, un hombre que guarda, pese a los hábitos del mal y de la desdicha, una
invulnerable inocencia”.
Este carácter inocente es el que dota a la Balada
de la cárcel de Reading de una enorme carga de piedad, donde el
lector, cual testigo de Wooldridge, se convierte en un compañero y no en un
verdugo, dado que el castigo por asesinar a su cónyuge, es decir, la horca, es
ya suficiente penitencia como para emitir un mayor desprecio por el hombre, o
al menos, así lo considera Wilde, quien también preso se ve como la sombra de
lo que fue; dejó de ser el dandy para ser reducido a un hombre
que respondía al código de identificación C.33 (bajo el cual firmó la primera
versión del poema), un paria para la sociedad londinense.
Aquí retomo una frase de Wilde al respecto de
la decadencia de su grandeza: “El sufrimiento es posible, y tal vez necesario,
pero la pobreza, la miseria… He ahí lo terrible. Lo que ensucia el alma de un
hombre”.
Esta pérdida de su identidad se ve también
ejemplificada en la dedicatoria que escribió Wilde de este poema a Robert Ross:
“Cuando salí de la cárcel, unos me esperaban con ropas y especias; otros, con
buenos consejos. Tú me esperaste con amor”.
Este amor, a diferencia de la estrofa a la que
antes me referí, está más cerca de un amor sublime en el sentido estético y
hasta moral: es bello y genera una emoción en el que lo da y en el que lo
recibe.
En este punto, no sé si el poema de Wilde
concuerda con la idea de que el arte perfecto crea su propia idea de la
hermosura en la realidad y de esta forma puede elevar moralmente al hombre.
¿Podría ser que la hermosura de la realidad es el hecho de que las personas
pueden morir por amor?, porque sus pensamientos y anhelos se han sublimado de
tal forma que justifican cualquier otra instancia en contraste con el
pensamiento de que el arte nace de un “instinto de imitación” y de un deseo
instintivo de plasmar o describir algo.
Con este poema Wilde escribe acerca de la
inminente llegada de la muerte y cómo un hombre vive sus últimos días
redescubriendo todo aquello que antes nunca le hubiese sido importante. El
autor entonces plasma todas aquellas impresiones en los versos que más tarde
publicará con la idea de que en la poesía los márgenes para que trabaje la
imaginación del lector son muy amplios, el arte no es imitación de la realidad
exterior, sino expresión de aquello que el sujeto lleva dentro.
Para Kant, la emoción que provoca una obra no
tiene nada que ver con la belleza. De donde se deduce que obras que suscitan
grandes emociones en la gente pueden no ser bellas. Pero Kant llega hasta este
punto para dar un paso clave: introducir el concepto de la “sublimidad”. Pues
la sublimidad es un concepto relacionado con ciertas emociones y de ahí se
deduce ya que no tiene nada que ver con la belleza.
Recuérdese: la emoción no pertenece al campo de
la belleza. Kant cree que la sublimidad está en nosotros, y no en los objetos:
es una idea y, por tanto, pertenece al ámbito de nuestra razón, y no al mundo de
la experiencia.
La decadencia de la sociedad al deformar un
concepto como el amor, al llenarlo de etiquetas y títulos de propiedad, es un
campo abierto para de otro tipo de belleza. Lo que Wilde transmite en sus
versos es la fragilidad, la tristeza y también la penitencia, la incomprensión
y el arrepentimiento, lo cual es también la situación por la que él atraviesa,
puesto que un “amor que no se puede nombrar”, un amor más enfocado a lo
platónico fue el motivo de su encierro y eventualmente la razón de su muerte;
una muerte no valiente (a causa de una espada o cuerda), sino una muerte
cobarde (debido la difamación, el desprecio y el olvido).
Y es en esta crueldad donde radica su valía.
Donde la sublimidad del sufrimiento humano provoca una serie de emociones que
se alejan de lo hermoso, pero es justamente esta crudeza su principal atributo
estético.
Me gustaría pensar en la Balada de la
cárcel de Reading como una extensión de la vida de Wilde, donde sea él
quien:
No retorcía ya sus manos
ni se amargaba con gemidos,
y nada ya lo entristecía;
pero bebía el aire tibio
como si calmara sus dolores:
¡Y bebía sol como vino!
Finalmente, Wilde, como genio literario,
crítico, de la literatura británica, esteta, mártir y ser humano ha sido
reivindicado como uno de los escritores más grandes, y en ese sentido pienso en
sus versos:
¡El que vive más de una vida
debe morir más de una muerte!
El escritor es un viajero del tiempo, y así
como día a día hay más lectores que descubren la obra de Wilde, también día a
día se limpia su nombre, primero como ciudadano y luego como artista. Su tumba
colmada de besos atiende a la necesidad de morir más de una muerte: otra llena
de sus amigos y admiradores y otra más donde es recordado por su talento y no
por su vida, y vaya que su vida la vivió con talento.
Y esta verdad, sépanla todos:
Que todos matan lo que aman.
Los unos matan con su odio,
los otros con dulces palabras:
El que es cobarde, con un beso.
¡Y el valiente, con una espada!
Soy Margarita Díaz de León
Literatura EnEspiral