viernes, 2 de junio de 2023

Oscar Wilde: Balada de la cárcel de Reading

 

Balada de la cárcel de Reading

 

 

Oscar Wilde es liberado de la cárcel de Reading en mayo de 1897, después de una condena de dos años de trabajos forzados, durante los cuales escribió la efectista carta De profundis.

 

Una vez libre, no tardó en escribir el poema La balada de la cárcel de Reading, como si prolongara su agonía en la prisión con una fuerza lírica provocada por un motivo mucho más doloroso que su propia condena: la condena a muerte de otro preso.

 

Wilde lleva al extremo su experiencia carcelaria como aquél que quiere exprimir todo lo que el dolor contenido guarda, lo cual impacta aún más si lo que sirve de fondo es la muerte conocida y prefijada, una muerte imposible de ignorar, no sólo por quien ha de caminar hacia el cadalso, sino también por quienes le contemplan, en el día a día, aproximarse al final:

 

Con ojos curiosos y sumisión enfermiza

le mirábamos día tras día

 

Aquella condena era tan grave para los propios presos, que no podían siquiera pensar en sus propias penas o delitos, y mucho menos compararse:

 

Y sabiéndome como alma en pena,

no pude sentir mi propio dolor.

Y yo y el resto de almas en pena

olvidamos si nosotros mismos

habíamos hecho algo grave o insignificante

 

Se trata de un soldado de la Guardia Real Montada, Charles Thomas Wooldridge, condenado a muerte por haber degollado a su mujer a causa de los celos. Un crimen pasional y horrible, bajo la condena fatal y máxima que podía imponerse.

 

El extremismo poético es absoluto. Ya no se trata de una larga y dura espera de la libertad, sino de la muerte. Incluso cuando se denuncia la situación desesperante y torturadora de los presidiarios, la sombra del verdugo o la tumba abierta cubren cualquier otra condena:

 

Nos olvidamos de la amargura

que al loco y al bandido aguardaba

hasta que un día, marchando pesadamente al trabajo,

pasamos junto a una tumba abierta.

Con enorme boca el agujero amarillo

bostezaba por un ser vivo

 

Esto ven el resto de presos, pero, ¿qué hace el condenado a muerte? Con toda probabilidad sea el verso clave de toda la balada el que describe al preso desde los ojos de Wilde:

 

Nunca vi yo a un hombre que mirara

tan melancólicamente el día

Nunca vi a un hombre que mirara

con ojos nostálgicos

hacia la campana azul

que los presos llaman cielo.

 

El resto de presidiarios saben que ellos verán de nuevo el día y, ante Wooldridge, ven a un hombre que:

 

Él bebía el aire como si portara

algún saludable sedante;

con la boca abierta bebía el sol

como si fuera vino.

 

La imagen es trascendente, arrancada de la cotidianeidad carcelaria: porque para ver el exterior, sólo se puede mirar hacia el cielo en un patio o por una ventanilla. Pero mirar el cielo se convierte, fácilmente, en un acto de elevación, de situarse en lo alto. De cielo, sol y aire se alimenta el preso, y aún más el condenado a muerte.

 

Los guardias, que le acompañan para evitar que se quite la vida o, como dice Wilde:

 

No sea que él mismo robe

la presa al cadalso

 

ocultan sus rostros bajo la máscara del cumplimiento, pues no pueden permitirse que surja en ellos una compasión inútil, porque:

 

¿Qué palabras de consuelo en tal lugar

puede animar el alma de un hermano?

 

Los presos se desdibujan en figuras oscuras que en la noche, desvelados, se arrodillan y oran ante aquello:

 

Figuras grises sobre el suelo

hombres arrodillados rezando

quienes nunca antes rezaran.

Toda la noche oramos arrodillados.

 

Es tras la ejecución, horas después, cuando los presos salen a su patio, son ellos los que:

 

Nunca vi tristes hombres que miraran

tan melancólicos el día

 

Cuando era el ejecutado el que contemplaba el cielo y el día, se diría que estaba alegre, y los demás le miraban a él extrañados. Ahora, el contraste es que los presos miran ese mismo cielo, tristes. Hay, efectivamente, un deseo de muerte:

 

Pero eran aquellos de entre nosotros

quienes caminaban abatidos

y sabían que, cada uno con su deuda,

debían haber muerto a cambio

 

Ven la tumba cerrada y la cal sobre los zapatos de los guardias. Ya imaginan con ello el cuerpo desnudo bajo la tierra, devorado por la cal viva. Sólo los presos lloran. Aparecen, entonces, estos versos tan sentidos de Oscar Wilde en la Balada:

 

“Durante tres largos años ellos no sembrarán

ni arraigarán ni plantarán allí.

Por tres largos años el lugar maldito

quedará estéril y baldío.

Ellos creen que el corazón de un asesino corrompería

cada sencilla semilla que sembraran

¡No es verdad! La bondadosa tierra de Dios

es más generosa de lo que los hombres piensan

Y la rosa roja, brotaría más roja

La blanca rosa más blanca!

 

Aunque la balada está compuesta en seis partes, bien podríamos entenderla en dos: una primera que comprendería las partes I a IV, donde se presenta y narra el motivo de la condena a muerte de un hombre; una segunda, que recogería las partes V y VI, donde Wilde reflexiona acerca del mundo de la cárcel, y la justicia y la ley de los hombres, que es la que nos queda siempre por ver.

 

Recuerdo que Jorge Luis Borges en su artículo “Sobre Oscar Wilde” escribe la siguiente frase: “Una observación lateral. El nombre de Oscar Wilde está vinculado a las ciudades de la llanura; su gloria, a la condena y la cárcel”. Y es precisamente la cárcel el escenario donde Wilde pasaría dos años de su vida cumpliendo una condena por el cargo de “conducta indecente” por la acusación de sodomía del marqués de Queensberry.

 

La Balada de la cárcel de Reading, como ya se dijo, es un poema dividido en seis cantos, publicado el 13 de febrero de 1898 y que narra el preámbulo a la ejecución de Charles Thomas Wooldridge, un hombre de treinta años condenado a la horca por uxoricidio, es decir, el asesinato de una mujer a manos de su cónyuge.

 

La primera estrofa dice:

 

Ya no vestía su casaca escarlata,

porque rojos son la sangre y el vino

y sangre y vino había en sus manos

cuando lo sorprendieron con la muerta,

la pobre muerta a la que había amado

y a la que asesinó en su lecho.

 

Wilde nos lleva a compartir con él los últimos instantes de la vida del preso: cómo éste contempla los rayos del sol con una mirada triste, cual si fuera la llama de su vida a nada de extinguirse con la más ligera brisa de aire, la sensación de muerte en la cárcel, el comportamiento del alcaide, guardias y los demás presos, incluso de la colocación de la soga que dará fin al condenado.

 

Wilde se compadece por un asesino a quien no ha despojado de su condición de ser humano y expresa comprensión ante la desgracia en la siguiente estrofa:

 

Aunque todos los hombres matan lo que aman,

que lo oiga todo el mundo,

unos lo hacen con una mirada amarga,

otros con una palabra zalamera;

el cobarde con un beso,

¡el valiente con una espada!

 

Me parece muy interesante que Wilde llame valiente al que mata por su propia mano, como en el caso de Thomas Wooldridge, mientras que el cobarde es aquel que engaña con la labia y emplea a la sensualidad como arma, o en el caso de este verso, con un beso.

 

En este punto, ¿hasta dónde la sociedad ha tergiversado la idea del amor como un asunto de poder, donde el dominante decide qué hacer con el pasivo a quien considera su pertenencia?

 

Y justamente, Wilde tiene un aforismo que dice: “Todo se trata de sexo, excepto el sexo. ´El sexo se trata de poder´”. Relaciono este asunto con la decadencia del amor, el cual se ha cargado también de una lucha de poder donde el más tenaz, (taimado o dominante) mata lo que ama, como se le adjudicaría más tarde a Lord Alfred Douglas como responsable del infausto final de Oscar Wilde.

 

Al retomar el texto de Borges éste menciona “Wilde, un hombre que guarda, pese a los hábitos del mal y de la desdicha, una invulnerable inocencia”.

 

Este carácter inocente es el que dota la Balada de la cárcel de Reading de una enorme carga de piedad, donde el lector, cual testigo de Wooldridge, se convierte en un compañero y no en un verdugo, dado que el castigo por asesinar a su cónyuge, es decir, la horca, es ya suficiente penitencia como para emitir un mayor desprecio por el hombre, o al menos, así lo considera Wilde, quien también preso se ve como la sombra de lo que fue; dejó de ser el dandy para ser reducido a un hombre que respondía al código de identificación C.33 (bajo el cual firmó la primera versión del poema), un paria para la sociedad londinense.

 

Aquí retomo una frase de Wilde al respecto de la decadencia de su grandeza: “El sufrimiento es posible, y tal vez necesario, pero la pobreza, la miseria… He ahí lo terrible. Lo que ensucia el alma de un hombre”.

 

Esta pérdida de su identidad se ve también ejemplificada en la dedicatoria que escribió Wilde de este poema a Robert Ross: “Cuando salí de la cárcel, unos me esperaban con ropas y especias; otros, con buenos consejos. Tú me esperaste con amor”.

 

Este amor, a diferencia de la estrofa a la que antes me referí, está más cerca de un amor sublime en el sentido estético y hasta moral: es bello y genera una emoción en el que lo da y en el que lo recibe.

 

En este punto, no sé si el poema de Wilde concuerda con la idea de que el arte perfecto crea su propia idea de la hermosura en la realidad y de esta forma puede elevar moralmente al hombre. ¿Podría ser que la hermosura de la realidad es el hecho de que las personas pueden morir por amor?, porque sus pensamientos y anhelos se han sublimado de tal forma que justifican cualquier otra instancia en contraste con el pensamiento de que el arte nace de un “instinto de imitación” y de un deseo instintivo de plasmar o describir algo.

 

Con este poema Wilde escribe acerca de la inminente llegada de la muerte y cómo un hombre vive sus últimos días redescubriendo todo aquello que antes nunca le hubiese sido importante. El autor entonces plasma todas aquellas impresiones en los versos que más tarde publicará con la idea de que en la poesía los márgenes para que trabaje la imaginación del lector son muy amplios, el arte no es imitación de la realidad exterior, sino expresión de aquello que el sujeto lleva dentro.

 

Para Kant, la emoción que provoca una obra no tiene nada que ver con la belleza. De donde se deduce que obras que suscitan grandes emociones en la gente pueden no ser bellas. Pero Kant llega hasta este punto para dar un paso clave: introducir el concepto de la “sublimidad”. Pues la sublimidad es un concepto relacionado con ciertas emociones y de ahí se deduce ya que no tiene nada que ver con la belleza.

 

Recuérdese: la emoción no pertenece al campo de la belleza. Kant cree que la sublimidad está en nosotros, y no en los objetos: es una idea y, por tanto, pertenece al ámbito de nuestra razón, y no al mundo de la experiencia.

 

La decadencia de la sociedad al deformar un concepto como el amor, al llenarlo de etiquetas y títulos de propiedad, es un campo abierto para de otro tipo de belleza. Lo que Wilde transmite en sus versos es la fragilidad, la tristeza y también la penitencia, la incomprensión y el arrepentimiento, lo cual es también la situación por la que él atraviesa, puesto que un “amor que no se puede nombrar”, un amor más enfocado a lo platónico fue el motivo de su encierro y eventualmente la razón de su muerte; una muerte no valiente (a causa de una espada o cuerda), sino una muerte cobarde (debido la difamación, el desprecio y el olvido).

 

Y es en esta crueldad donde radica su valía. Donde la sublimidad del sufrimiento humano provoca una serie de emociones que se alejan de lo hermoso, pero es justamente esta crudeza su principal atributo estético.

 

Me gustaría pensar en la Balada de la cárcel de Reading como una extensión de la vida de Wilde, donde sea él quien:

 

No retorcía ya sus manos

ni se amargaba con gemidos,

y nada ya lo entristecía;

pero bebía el aire tibio

como si calmara sus dolores:

¡Y bebía sol como vino!

 

Finalmente, Wilde, como genio literario, crítico, de la literatura británica, esteta, mártir y ser humano ha sido reivindicado como uno de los escritores más grandes, y en ese sentido pienso en sus versos:

 

¡El que vive más de una vida

debe morir más de una muerte!

 

El escritor es un viajero del tiempo, y así como día a día hay más lectores que descubren la obra de Wilde, también día a día se limpia su nombre, primero como ciudadano y luego como artista. Su tumba colmada de besos atiende a la necesidad de morir más de una muerte: otra llena de sus amigos y admiradores y otra más donde es recordado por su talento y no por su vida, y vaya que su vida la vivió con talento.

 

Y esta verdad, sépanla todos:

Que todos matan lo que aman.

Los unos matan con su odio,

los otros con dulces palabras:

El que es cobarde, con un beso.

¡Y el valiente, con una espada!

 

Soy Margarita Díaz de León

Literatura EnEspiral





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