Las creaciones literarias no pueden explicarse.
Uno intenta. Y los artistas, los escritores, los músicos, inventamos razones y
descripciones del proceso creativo. Pero en el fondo nadie sabe cómo ocurre esa
misteriosa alquimia entre una experiencia, una imaginación, una fantasía y el
resultado sobre la página, la partitura o la tela. Lo que pasa es que estamos
trabajando con un instrumento muy arbitrario. El lenguaje es uno de los más
débiles, menos concretos, que hemos construido. Lo prueba el fallo de la
comunicación cotidiana, porque cuando yo digo “libro” es probable que usted no
escuche el libro que yo estoy mencionando, sino que refiera al libro que usted
está leyendo. O cuando decimos “libertad”, “utopía” o “soledad”, con
definiciones que cada quien tiene en su cabeza y que manifestamos a través de
esa limosna verbal que le tiramos a quien nos escucha, para que las reconstruya
con su propia imaginación y su experiencia. Entonces, cuando queremos explicar
cómo juntamos palabras para configurar un texto, siempre inventamos porque no
lo sabemos; al terminar de escribir y liberarlo para la lectura, uno siente que
no se parece nada a lo que se había imaginado al iniciar.
Expuesto el texto ante los sentidos del lector
/ lectora, también hay invención. Tendrá que significar, desentrañar,
descifrar, así como lo ha hecho con el paisaje deseado, el rostro amado, el
trino del ave, la estrella prometida.
En el proceso del acto de leer se avanza para
transformar la obra en otra cosa, mediante la refiguración o recreación. Es decir, la lectura imaginativa y creativa, se ancla al texto y a la comprensión de la propia experiencia del lector o la lectora.
Se lee conjeturando que el autor / autora sabía lo
que hacía. Suponiendo que Cervantes sabía que estaba escribiendo El Quijote,
suponiendo que San Juan de la Cruz sabía que estaba escribiendo Noche oscura
del alma. Pero, por supuesto que no es así. Desde el punto de vista histórico
sabemos que Cervantes empezó a escribir una suerte de sátira sobre las novelas
de caballería y el resultado fue otra cosa. No sabemos qué quiso hacer San Juan
de la Cruz, si su poema místico es una versión de un acto erótico que no se atrevió
o no quiso escribir directamente, o si simplemente esa experiencia mística la
sentimos como un acto erótico. Entonces, la relación con el texto es siempre a
través de la suposición de lo que el autor / autora quiso decir, aunque sabemos
que no podemos saber lo que quiso decir. El acto de lectura es, por tanto,
creativo: transforma las palabras en una experiencia de interpretación.
Esa misma debilidad del lenguaje que construye
la literatura, también ofrece “huecos”, “quebraduras”, "espacios en blanco",
"cóncavos", donde el lector / lectora introduce interpretaciones
-textos propios- que no existen en la página. Dicho de otro modo: la arbitrariedad, la
ambigüedad, hace que el acto de lectura enriquezca la obra.
Un escritor escribe lo puede. Un lector elige
lo que quiere.
Escritores y escritoras estamos limitadas por
una cantidad de factores: el propio genio, la habilidad de inventar textos, la
docilidad o la resistencia del lenguaje que usamos. El lector y la lectora, en
cambio, puede elegir leer a Cortázar, que a muchos parece complicado, o a
Pizarnik, que tiende trampas a lo simple, o cualquier otro que prefiera.
Escribimos tentando respuestas. Se lee
planteando preguntas. Y a veces siempre surgen los mismos cuestionamientos o
las constantes búsquedas acerca de la identidad, o la posibilidad o
imposibilidad de conocer a los otros, o a sí mismo o a la divinidad. Casi
siempre uno se encuentra en la opacidad, en el conflicto de las
interpretaciones, que busca develar.
Ambos actos en mí -leer y escribir- revelan que soy lectora y que
siento la escritura como un acto secundario, aleatorio, enigmático, en
ocasiones prescindible. Pero, creo que no podría vivir sin leer, porque gozo la
experiencia sedentaria y el naufragio en oleadas de interpretaciones. Mar de
los sargazos, que me impulsa al deseo de compartir con otros el ahogo o el
encuentro de pasajes que me conmovieron, iluminaron, azoraron. Un impulso
arcaico que nació una tarde lejana quizá alrededor de fuego, cuando ancestros y
ancestras empezaron a contar historias para compartir experiencias y aprender
de las de otros.
Hoy seguimos relatando y creando poemas,
seguimos escribiendo y leyendo, por ciertas razones. Una de ellas es develar
enigmas y secretos que no terminamos por descifrar. ¿Por qué escribimos? ¿Para
qué leemos? Cada quien se inventa motivos.