Todo libro es la lectura de la escritura del Otro.
Leo y escribo sobre lo que leo.
No acerca de lo que leo, sino de lo que en mí genera lo leído.
A esto llamo glosa: a mis palabras escritas en el reducido margen excentradas del rectángulo de la hoja.
Comparto las glosas iniciales que ha producido mi lectura “El infinito en un junco” de Irene Vallejo.
1. Glosa del poema de Emilio Lledó, “Los libros y la libertad”:
la mano dibuja la letra
albergue de la voz
hace del poema un rectángulo
dentro
sus círculos de infinitas voces
el alfabeto de la vida en la mente
en busca del encuentro
entre la lectura nómada
y el acto sedentario de escribir
ahí reposa el tiempo que vence
la condición efímera
la nada
el olvido
2. Glosa del prólogo:
En las noches sin cobijo alguno
viajar como gente peligrosa
hacia el resplandor
neuronal
para traficar
imágenes perdidas
entre memoria y olvido
de este mundo en guerra
en mí
sentir que sé hacer
sin saber hacer
cómo vivir
por eso deshojo el viento
para que me diga
dónde encuentro lo perdido
el tiempo y sus voces
el fuego y sus cuentos
2. Glosa a las primeras páginas sobre “Grecia imagina el futuro”:
Sobre mis hombros
el polvo de la ausencia
de un cuerpo que no calienta cama
sino el tallo de una lila seca
ceniza en la lozanía
mojé los labios en otra copa
busqué Ítacas por caminos errados
en cuerpos de excelencias sensuales
atraqué
en la poesía de la experiencia
¿cuál?
sin mis dedos no tocan griegos
si mis poros no sienten ciclos
si mi olfato no inhala pasados ajenos
solo puedo hacer mío aquello reconocido
el miedo a lo desconocido
la flaqueza la debilidad
en el peor momento
la ingenuidad del deseo
ahí me miro
en los símbolos de las velas
encendidas
apagadas
el curso de la vida
y con Cavafis llegan a mi mente
imágenes de otros
algunas frases de Forster
versos detestables de Panero
los amados de Cernuda
la luz alejandrina
la ignorancia oscura
de bárbaros
entre llamas de libros.