Como un Prometeo de entrañas carcomidas, José Saramago crea un diálogo con el dios de las alturas para cuestionar castigos, marcas y exilios. Una paradoja teológica: un escritor ateo escribe sobre Dios con profunda religiosidad.
Así como Prometeo discute con los dioses, lo hace Caín. No con la abstracción divina creada por la muerte, sino con el dios idolatrado creado por las sangrientas ecclesias enriquecidas.
Cuestionar. Confrontar.
¿Cómo es posible tanta violencia?
Comparto un poema que escribí a la luz de mi lectura de “Caín” de José Saramago.
¿Acaso existe el yo?
Soy
¿por tanto existo?
¿por tanto pienso?
¿por tanto siento
y si digo yo yo yo yo yo
¿soy yo quién dice yo?
ecos, pliegues, doblez
multiplicación
de tantas que me habitan
escucho sus voces
en aire, en tintas
elijo ser una
para vivir en paz
pero eso no es tan sencillo
me brotan gestos y palabras
de fantasmas que me habitan
me digo
¿cómo he podido decir?
¿cómo he podido hacer?
¿cómo he podido sentir?
no he sido yo, les digo
la otra las otras una otra tantas otras
en mí
la buena la mala la generosa la egoísta
es fácil exculpase
me controlan la sombría y la lúcida
no es locura
es plasticidad
lo mismo me ocurre con lo divino
una multiplicidad de rostros
dios creador legislador castigador
misericordia
¿a cuál me acojo?
leo Caín
la historia saramaguence
su ficción otro rostro en la novela
nacida del absurdo
humano mentira falsedad
en ella Lilith
la miro en mí
no creada de costilla
sino de polvo que levanta el viento
libre ventisca
mueve ramas hacia las nubes
mueve cascadas hacia las rocas
su vuelo es su castigo
quiere ser fijada como mariposa en tabla
pinchada herida disecada
y bella
postrada y vasalla
se va se exilia se arroja a la soledad
libre
como Caín
marcada y manchada.