sábado, 30 de abril de 2022

Apropiación del Caín de Saramago

Como un Prometeo de entrañas carcomidas, José Saramago crea un diálogo con el dios de las alturas para cuestionar castigos, marcas y exilios. Una paradoja teológica: un escritor ateo escribe sobre Dios con profunda religiosidad. 

Así como Prometeo discute con los dioses, lo hace Caín. No con la abstracción divina creada por la muerte, sino con el dios idolatrado creado por las sangrientas ecclesias enriquecidas. 

Cuestionar. Confrontar. 

¿Cómo es posible tanta violencia?

Comparto un poema que escribí a la luz de mi lectura de “Caín” de José Saramago.


¿Acaso existe el yo?

Soy

¿por tanto existo?

¿por tanto pienso?

¿por tanto siento 

y si digo yo yo yo yo yo

¿soy yo quién dice yo?

ecos, pliegues, doblez

multiplicación

de tantas que me habitan

escucho sus voces 

en aire, en tintas

elijo ser una

para vivir en paz

pero eso no es tan sencillo

me brotan gestos y palabras 

de fantasmas que me habitan

me digo

¿cómo he podido decir?

¿cómo he podido hacer?

¿cómo he podido sentir?

no he sido yo, les digo

la otra las otras una otra tantas otras

en mí

la buena la mala la generosa la egoísta

es fácil exculpase

me controlan la sombría y la lúcida

no es locura

es plasticidad

lo mismo me ocurre con lo divino

una multiplicidad de rostros

dios creador legislador castigador

misericordia

¿a cuál me acojo?

leo Caín

 la historia saramaguence

su ficción otro rostro en la novela

nacida del absurdo

humano mentira falsedad

en ella Lilith

la miro en mí

no creada de costilla

sino de polvo que levanta el viento

libre ventisca

mueve ramas hacia las nubes

mueve cascadas hacia las rocas

su vuelo es su castigo

quiere ser fijada como mariposa en tabla

pinchada herida disecada 

y bella

postrada y vasalla

se va se exilia se arroja a la soledad

libre

como Caín

marcada y manchada.









Glosas líricas iniciales en “El infinito en un junco” de Irene Vallejo

Todo libro es la lectura de la escritura del Otro. 

Leo y escribo sobre lo que leo. 

No acerca de lo que leo, sino de lo que en mí genera lo leído. 

A esto llamo glosa: a mis palabras escritas en el reducido margen excentradas del rectángulo de la hoja.

Comparto las glosas iniciales que ha producido mi lectura “El infinito en un junco” de Irene Vallejo.


1. Glosa del poema de Emilio Lledó, “Los libros y la libertad”:


la mano dibuja la letra

albergue de la voz

hace del poema un rectángulo

dentro

sus círculos de infinitas voces

el alfabeto de la vida en la mente

en busca del encuentro

entre la lectura nómada

y el acto sedentario de escribir

ahí reposa el tiempo que vence 

la condición efímera

la nada

el olvido


2. Glosa del prólogo:


En las noches sin cobijo alguno

viajar como gente peligrosa

hacia el resplandor

neuronal

para traficar

imágenes perdidas

entre memoria y olvido

de este mundo en guerra 

en mí

sentir que sé hacer

sin saber hacer 

cómo vivir

por eso deshojo el viento

para que me diga

dónde encuentro lo perdido

el tiempo y sus voces

el fuego y sus cuentos


2. Glosa a las primeras páginas sobre “Grecia imagina el futuro”:


Sobre mis hombros 

el polvo de la ausencia

de un cuerpo que no calienta cama

sino el tallo de una lila seca

ceniza en la lozanía

mojé los labios en otra copa

busqué Ítacas por caminos errados

en cuerpos de excelencias sensuales

atraqué

en la poesía de la experiencia

¿cuál?

sin mis dedos no tocan griegos

si mis poros no sienten ciclos

si mi olfato no inhala pasados ajenos

solo puedo hacer mío aquello reconocido

el miedo a lo desconocido

la flaqueza la debilidad

en el peor momento

la ingenuidad del deseo

ahí me miro

en los símbolos de las velas

encendidas

apagadas

el curso de la vida

y con Cavafis llegan a mi mente

imágenes de otros

algunas frases de Forster

versos detestables de Panero

los amados de Cernuda

la luz alejandrina

la ignorancia oscura

de bárbaros

entre llamas de libros. 







domingo, 24 de abril de 2022

Cristina Peri Rossi. Discurso de recepción del Premio Cervantes 2022

Hoy he leído el discurso de aceptación de Cristina Peri Rossi. Ha hecho de la pastora Marcela, personaje quijotesco, su bandera en cruce de frontera: la mujer que rechaza privilegios a cambio de libertad.

Su discurso muestra, sin duda alguna, que es oficio de poetas renunciar. Expresar emociones individuales, para trasmutarlas en odas y en elegías colectivas. Es como decía Cortázar "todos los fuegos, el fuego" o el propio Aristóteles al indagar la tragedia: es propio de todos los hombres lo que expresa el poeta.

Por eso detesto que a las mujeres se nos cuelgue el santo de la confesión. La poesía no está detrás de las cortinillas de la ficción ni del narrador ni del personaje. Es voz. La voz de la memoria, de los entresueños, de los deseos, los anhelos y las pérdidas.

Las palabras de Cristina me llevan de nuevo a la biblioteca de mi padre, donde aprendí a leer, a gozar y a temer el poder de las palabras. También traen a mi memoria la figura de mi abuela: viuda, libre y fuerte.

Dejo aquí el discurso de Cristina Peri Rossi, su discurrir de cervanta por los caminos de La Mancha:

Nací en Montevideo, Uruguay, en el año 1941, es decir, cuando desgraciadamente Europa estaba en plena Guerra Mundial. A la izquierda de mi casa vivía un viejo zapatero remendón, judío polaco, milagrosamente escapado de la masacre; y a la derecha, un adusto músico alemán con un parche negro en un ojo. Cuando le pregunté a mi madre, maestra de escuela obligatoria, laica, gratuita y mixta, por qué el judío y el alemán no se saludaban me respondió: “en Europa se habrían matado”. Mi padre, nacido en el campo, que había emigrado a la capital seducido por lo que el tango llama “las luces del centro” me dijo algo muy sencillo: “Europa no existe. ¿Has visto en el mapa algún lugar que se llame Europa?” No había. Cuando pregunté por qué la llamaban Segunda Guerra Mundial me explicaron que apenas veinte años antes había sucedido la primera. También en el barrio había muchos exiliados españoles porque además de una guerra cuyos motivos yo no conocía, en España había una terrible dictadura que había matado a miles y miles de personas y hecho huir a otras miles. El mundo parecía un lugar muy peligroso fuera de Montevideo. Pero la biblioteca de mi tío, funcionario público, culto, gran lector y ferozmente misógino me permitió conocer que siempre había sido así. Desde los orígenes, o desde los tiempos bíblicos o desde los griegos y troyanos. Los motivos de las guerras parecían siempre los mismos: el ansia de poder y la ambición económica. Algo típicamente masculino.

Tres libros leídos muy tempranamente me conmocionaron: El diario de Ana Frank, La madre de Máximo Gorki y Don Quijote de la Mancha. Este último, con un diccionario a mi lado. Fue el más difícil de leer y el que me provocó sentimientos más contradictorios. No había leído nunca un libro donde el autor declarara que su protagonista estaba loco, pero a la vez, me emocionaba que su propósito fuera deshacer entuertos y establecer la justicia, cosa que me parecía harto razonable dado el estado del mundo y de mi propio barrio, donde muchas vecinas venían a contarle a mi abuela, una viuda que había criado a siete hermanos huérfanos y a tres hijos -también huérfanos- que sus maridos borrachos las golpeaban o se jugaban el escaso dinero en los caballos o se iban de putas y maltrataban a sus hijos. Cómo deseaba yo que apareciera Don Quijote con su flaco Rocinante a salvarlas de los golpes y del maltrato. Por otro lado, mi abuela me hacía recordar al Ama, porque pensaba que leer mucho llevaba a perder el seso y a cometer locuras, aunque yo no creía que los esposos de esas mujeres maltratadas leyeran mucho y esa fuera la causa de su violencia.

Yo misma me irritaba cuando Don Quijote confundía molinos con gigantes, y llegué a pensar que Cervantes en realidad ridiculizaba a su personaje para probarnos que la empresa de cambiar el mundo y establecer la justicia era un delirio. Hasta que en los capítulos XII, XIII y XIV del libro me encontré con el relato y el discurso de Marcela. Marcela es codiciada y asediada por los hombres por su belleza y por su riqueza. La acusan de ser la culpable del suicidio de Grisóstomo, al que se negó, y en un sorprendente discurso rechaza a los hombres, al matrimonio y a las relaciones de poder entre los sexos: reclama su libertad, y para eso se aísla de la sociedad y se refugia en el campo, como una pastora más. «Yo nací libre y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos», dice. Como Helena, en la Ilíada, maldice el día en que nació, o como en Eurípides, Helena se rebela contra la sociedad que considera la belleza como único atributo de la mujer.

De este modo Cervantes desacraliza la belleza como atributo femenino, y convierte a Marcela en una heroína trágica: para conservar su libertad frente a los hombres que quieren poseerla, dominarla, renuncia a la vida social, aislándose del mundo, huyendo de los hombres. Por supuesto, esta heroína, posteriormente, sería calificada de histérica, frígida y neurótica al no asumir el rol que le asignaba la sociedad patriarcal. La comprensión que manifiesta Don Quijote hacia un personaje femenino real me hizo pensar que la locura puede ser un pretexto de exclusión de aquellos que esgrimen verdades incómodas, lección que evidentemente aprendí, pagando un precio muy elevado, hasta el día de hoy, pero si volviera a nacer, haría lo mismo.

Mi tío que era buen lector cervantino no me habló nunca de este pasaje, del mismo modo que me advirtió de que las mujeres no escribían, y que cuando escribían, se suicidaban, como Safo, Virginia Woolf, Alfonsina Storni, y otras.

Yo también tuve claro, como Marcela, que en una sociedad patriarcal ser mujer e independiente era raro y sospechoso. Cuando el jurado (al que agradezco el honor de este premio) enumera los motivos por los cuales me lo ha concedido, habla de una firme y completa vocación literaria, pero también reconoce una lucha por los valores humanos tantas veces vulnerados por el poder político o cívico militar. Tuve que exiliarme de la dictadura uruguaya porque, como Casandra, había advertido y denunciado su llegada, y como castigo, mis libros, y hasta la mención de mi nombre fueron prohibidos; salvé la vida milagrosamente y vine a parar a España, donde otra feroz dictadura oprimía la libertad. Convertí la resistencia en literatura, como hicieron tantos exiliados españoles, y en lugar de renunciar a la sociedad, como Marcela, desde mis libros, desde mi vida he intentado como doña Quijota ‘desfazer’ entuertos y luchar por la libertad y la justicia, aunque no de manera panfletaria o realista, sino alegórica e imaginativa. No necesitamos duplicar la realidad, sino ironizar o interpretarla, como hiciera Jonathan Swift, por ejemplo. La literatura es compromiso ya lo dijo Jean Paul Sartre y compromiso es todo, desde un artículo contra Putin o un homenaje a las mujeres violadas y martirizadas en Juárez, hasta los relatos de Cortázar. ¿No es compromiso satirizar, por ejemplo, los excesos de la técnica, el morbo de los platós de televisión o los ritos festivos de los fanáticos del fútbol? Tan compromiso como escribir un poema lírico que exalta el deseo entre dos mujeres o entre un hombre y una mujer. La imaginación también es compromiso cuando no anticipación. Yo no he sido cronista de la realidad, me he sentido muchas veces como Casandra, en la Eneida, vaticinando un futuro y unos peligros que pocos veían. Pero no concibo una literatura solemne. La vida puede ser una tragedia, un drama, pero se puede ironizar y satirizar sus hábitos y costumbres, como hizo Pessoa con su poema “Todas las cartas de amor sin ridículas”. Sí, y además, son dulces o crueles o amorosas o denigrantes.

El siglo XX empezó casi con una guerra mundial y terminó con otra local, la de los Balcanes, e hizo escribir a Paul Valéry una definición clarividente: “La guerra es una masacre de personas que no se conocen en beneficio de personas que se conocen, pero no se masacran.”

A veces me ensombrece el ánimo el miedo a que la maldad y la violencia sean en realidad una constante de la existencia humana, y la lucha entre el Bien y El Mal se eternice, o sea ridiculizada, como ocurre en el mismo libro de Cervantes. Pero cuando escucho el aria de Sansón y Dalila, ‘Mon coeur s’ouvre à ta voix’, cantada por Jessye Norman, o ‘Je suis malade’ por Lara Fabián, o ‘Algo contigo’ por Susana Rinaldi, recupero una parte de la fe en el bien.

Mientras algunos se dedican fanáticamente a hacerse ricos y a dominar las fuentes del poder, otros, nos dedicamos a expresar las emociones y fantasías, los sueños y los deseos de los seres humanos.

Escribí en un poema: “Los antiguos faraones / ordenaron a los escribas: / consignar el presente / vaticinar el futuro”. Creo que ese sigue siendo el compromiso del escritor, sin ninguna solemnidad, y con sueldo escaso. Y con humor, como cuando escribí este breve poema: “Podría escribir los versos más tristes esta noche, / si los versos solucionaran la cosa”.

Podría escribir los versos más agradecidos esta noche, y cumpliría con mi obligación de escriba, aunque los versos no salvarían a los que mueren por las bombas y los misiles en la culta Europa.

Leyendo libros, ya sean de Luis Cernuda o de César Vallejo, confirmé lo que me decía mi madre: a medida que más sabemos menos sabemos, por eso la virtud cardinal es la humildad. Confirmé, también, que la literatura responde a la enseñanza evangélica: “Hablo en parábolas para que los que quieran entender entiendan”. Yo también escribo en parábolas.

Como escribí en un poema:

Las palabras son espectros piedras abracadabras

que saltan los sellos de la memoria antigua.


Y los poetas celebran la fiesta del lenguaje

bajo el peso de la invocación.

 

Los poetas inflaman las hogueras

que iluminan los rostros eternos de los viejos ídolos.

 

Cuando los sellos saltan el hombre descubre

la huella de sus antepasados.

 

El futuro es la sombra del pasado

en los rojos rescoldos

de un fuego venido de lejos,

no se sabe de dónde.

 

Cristina Peri Rossi.

Discurso de recepción del Premio Cervantes 2022


Marcela la pastora






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  “Poemas de amor”, de Idea Vilariño, es un poemario publicado en 1957. Los poemas ahí integrados lindan con su “Nocturnos” anterior, hondos...