En la isla a veces habitada de lo que
somos,
hay noches, mañanas y madrugadas en que no
necesitamos morir.
En ese momento sabemos todo lo que fue y
será.
El mundo se nos aparece explicado
definitivamente y
entra en nosotros una gran serenidad, y
se dicen las palabras que la significan.
Levantamos un puñado de tierra y la
apretamos en las manos.
Con dulzura.
Allí está toda la verdad soportable:
el contorno, la voluntad y los límites.
Podemos en ese momento decir que somos
libres,
con la paz y con la sonrisa de quien se
reconoce
y viajó alrededor del mundo infatigable,
porque mordió el alma hasta sus huesos.
Liberemos sin apuro la tierra
donde ocurren milagros como el agua, la
piedra y la raíz.
Cada uno de nosotros es en este momento la
vida.
Que eso nos baste.
“En
la isla a veces habitada”
José Saramago
Isla, territorio habitado por lo que soy. ¿Soy? Acaso, palabras. Signos que forman un código -secreto- que interpreta al ser en sí y en el mundo.
Isla flotante, desasosegada, en busca de sentido. Isla que sabe más de viento que de tierra. Más de nubes, que de algodones rosados. De esos que enmielan verdades, para que no hieran.
¿Cuál verdad?, me pregunto una y otra vez. ¿La transitoria? Llega y se va, para ser mentira, bruma u olvido. Algo era verdad, ¿las palabras? Alguien dijo la verdad, ¿con palabras? ¿La verdad está depositada en las palabras? ¿En ese instrumento poco fiable, vago y arbitrario?
La isla flotante está rodeada de un mar de palabras. Hay que sumergirse a su estado abisal, quizá ahí aparezca lejos un destello de verdad.
Es verdad que escribo. Es verdad que veo palabras y escucho el sonido de cada letra. (A veces taladro, a veces piar). Es verdad que en el silencio nace la voz. Es verdad que he visto la verdad convertirse en falsedad. Como el agua que fue nube; como el hielo que fue agua; cuerpo de lago, devenir de río… La verdad tiene estados, muta. Lo que fue, será ucronía. La circunstancia, emoción. Ésta, un recuerdo (A veces alba, a veces daga).
Si somos amalgama de invenciones y emociones en el tiempo, entonces el deseo es su centro. Deseo de vivir, de ser, de hacer, de permanecer. Isla flotante en busca de anclaje. De ser así, el deseo es metáfora en la globosfera de los amantes: se encuentran, intercambian, denuncian, renuncian, regresan, se van, se afantasman, se encarnan, se mienten, se dicen la verdad.
El deseo es un problema filosófico. Provoca preguntas. ¿Qué le otorga sentido? ¿Qué le indica dirección? Parece que su verdad es un espejismo sostenido por el cuerpo. Penetra. Hiere. Sangra. Se va. Queda una llaga abierta. Lo mismo que sana, herirá de nuevo al cuerpo deseante -globo-, que se vacía y se infla en un flujo en espera de destino o de verdad.
La isla habitada por lo que soy es una roca flotante llena de burbujas de aire.
Saramago hace pensar en lo que basta.
Cortázar, en su “Isla al mediodía”, en lo que
no basta.
Imagen: Ilustración de mi poemario “En Escala
del 15 al 26” (2020)