El poema 23 lo sentí en mí al caer la palabra siempre. Una palabra grave. Qué
gravedad. Clama. Exclama. Grabada: se queda en la memoria.
“Palabra grave o llana”, me dice el lenguaje. Sin altos ni bajos. Plana.
¿Gravitatoria? No. Porque siempre no implica perturbación, intensidad, escala, potencia. El deseo sí es gravitatorio. Pero, el deseo no es para siempre. El cuerpo estallaría. La mente enloquecería. Nos mataría.
Hay amores fatales. De profunda intensidad. Entre más intenso, más breve. Su rompimiento es herida mortal.
La llaga es grave. Siempre.
La lesión es llana. Evidente.
El cuerpo es allanado.
La aceptación, violentada, quebrada.
Hay un tejido implícito, una mise en abyme opaca en el poema. Por debajo de mi voz lírica hay una narrativa. “Los grandes amantes no tienen hijos. Ni Isolda la de las blancas manos, ni Isolda la de los rubios cabellos tuvo hijos de Tristán; Nefertiti no dio hijos a Akenatón. La pasión que lo llena todo no obedece a las leyes de la Naturaleza sino a las del Espíritu.”. Es Inés Arredondo murmurando en mi oído “De amores” en Los espejos. Mi escritura se alimenta de ecos. Su libido es lectura.
Pasión / Pathos
Pasiones terrenas / Deseos celestes y luciferinos
Grave padecimiento: ni alivia ni mata. Llano.
Un ataque a la piedad.
Poema 23. Voz abismada. En el éxtasis. En la oscuridad de la penetración, el deseo de la diseminación. En la opacidad, el silencio. El augurio. La pesadilla. El miedo a que el azar trastoque el sueño de una mujer que se asume gozosa y festiva. Creada para el placer. Una mujer que presiente la verdad: la pasión no es para siempre.
En más de una ocasión me reitero que leo para escribir, que escribo para escribir acerca de las lecturas que habitan lo que he escrito.
* El video donde leo el poema está publicado en mis redes.
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