Manifiesto:
Mi feminidad, mi afán por la lectura, mi
terneza materna, mi estado en construcción.
La naturaleza del eros melancólico en mi
poesía.
La negación de poetizar el amor.
Mi falta de pretensión de escribir algo nuevo.
El uso de lugares comunes, pero eso no me desvaloriza.
Mi voz lírica en el sedimento de lo dicho.
La supremacía de lo velado, sobre imposibilidad
del hallazgo.
Mi rechazo a los versos-moraleja.
El inacabado quehacer de lo que deseo hacer de
mí como poeta.
El interés por crear otra voz -procedente de la
propia-, que también sea mía.
Manifiesto:
El milagro del día prolífico y el espasmo de la
autocrítica.
La imprecisión entre lo posible y lo probable,
entre lo real y lo imaginado en mi escritura.
El pacto ambiguo entre la confesión y la
invención.
La escritura, como feliz fatalidad no cura,
hiere.
Mujeres atrapadas por hombres de arena en el
juego fatal del deseo.
La violencia del eros melancólico.
Pieles erotizadas por la obsesión, agotadas, regeneradas
o no.
Voces que no exhalan lo puro ni lo transparente,
sino que aspiran espesuras infértiles y oscuras.
El deseo es augur de herida.
La fugacidad del deseo como símil de la
naturaleza del viento.
Manifiesto:
Mi fascinación por el descalabro y la caída.
La imposibilidad de revelar mundos inéditos,
impalpables.
Mi soplo en los cuerpos líricos: los hincho, los
inflamo, les lleno de sangre, de nubes, de pus, de goces fracturados.
La seducción en los estados cíclicos de los amantes:
se desean, se desquician, se pierden, se melancolizan, se buscan… se encuentran…
quieren abrazar lo inasible…
Mi incapacidad para concebir lo incorpóreo.
A Eros y sus fantasmas.
La analogía entre poema y grito.
La voz quebrada en primera persona en escrituras
trasudadas.
El placer, el gozo, la llaga, la daga, de eros
melancólico.
El misterio del deseo y el dolor.