domingo, 25 de septiembre de 2022

Ternura. Noción empolvada

 

A nuestra colección de sensaciones le falta la ternura. No pensamos en ella. No sentimos con ella.

Quizá, con fortuna, la advertiremos al sucumbir el deseo sexual. Si es que la represión no nos llena de amargura.

Miramos a dos, no necesariamente viejos, acariciando uno a otro su rostro o tomados de la mano procurándose y sentimos lástima. Decrépitos, decimos.

 

El amor expresado mediante el cuidado y la consideración está infravalorado frente al torrente del amor romántico, con su hiperinflación de sexualidad y su herida. Parece que esta afirmación, por demás común, está cayendo letra a letra en tiempos de resemantización de las relaciones afectivas.

 

¿Será posible invertir la jerarquía? Es decir, si la ternura es la ceniza del enamoramiento, ¿podremos convertirla en leño?

¿Será?

Me pregunto desde la poesía.

¿Es la ternura la cura del daño -implícito- del amor?

Borro la palabra “cura”.

Replanteo:

¿Es la ternura el sostén de la pervivencia y la persistencia del amor?

Borro la palabra “sostén”.

El problema intuido es el combate entre el narcisismo y lo edípico, entre lo sexual y lo sensual.

 

¿Cuánta literatura contemporánea está cimentada en el dolor, el abandono, el crimen, la soledad, el autoritarismo?

Sea la paz.

 

Es urgente la emergencia de nuevas modalidades afectivas.

Quizá la coagulación de erotismo y ternura sea un nuevo modelo para amar.

 

Nada de lo escrito aquí no se ha dicho ya.



Imagen: "Red flower" (1952). Kiyoshi Saito.



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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