lunes, 19 de diciembre de 2022

Tres espejos literarios: Woolf, Rimbaud y Conrad

 

La literatura es la gran compañía del viaje. El viaje es vivir y nos acompañan los libros que tenemos a mano. Con ellos, nos hacemos preguntas y nos enteramos de muchas cosas de nosotros mismos y de lo otro. Son grandes espejos, que se proyectan hacia adentro y hacia los demás. Por tanto, leer es como mirar la vida con un microscopio y desde un telescopio.

La literatura nos da suelo para caminar y nos permite dar la vuelta a muchas cosas de la vida. Cada libro es como un canal que nos modula.

 

Una autora

Las olas de Virginia Woolf es uno de esos libros que nos hace damos cuenta de cómo se esponjan las palabras y de la gran capacidad que tiene la frase para hacer mundos enteros. En esta obra se anuda la poesía a la prosa, se genera un fluir extraordinario de monólogos, con una narrativa que es una ondulación poética inmensa, convertida en un pabellón infinito de posibilidades. Leer Las olas es asombrarse en cada página: un asombro de cómo Virginia Woolf cifró un mundo tremendamente extraño y lo desató en un puñado de páginas.

 

Un autor

Arthur Rimbaud partió en dos las aguas de la poesía europea entre los quince y los veintiún años. Él hace una gran obra; una obra extraordinaria de la que solo publica un libro Una temporada en el infierno. De ese libro solo recoge diez ejemplares, los demás los deja en un almacén. Y a partir de ahí su vida cambia: rompe con todo. Después de una peripecia por Holanda decide marchar a África, se va a Etiopía, a Harari y ahí se convierte en un personaje lleno de sombras, dudoso, que mercadeaba con café, con otros productos y con esclavos; un tipo cercano a lo siniestro. Pero, creo que hay pocos autores, pocos seres humanos en la literatura que puedan tener la capacidad de imantación de lo que es una vida que arde en todas sus dimensiones, como la Arthur Rimbaud.

 

Un personaje

El coronel Kurtz de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad concentra el horror.  Además, es una expresión muy suya: “el horror, el horror”. Es uno de los tipos más arrasados de la literatura, uno de los personajes más devastados, que nos hace comprender cómo uno puede ser preso de sus demonios, el dios absoluto de las propias obsesiones y cómo esto supone la debacle, el hundimiento del ser humano. Y además en esa atmósfera del Congo, este personaje que llega a ser totémico, se convierte en el gran modelo del nihilismo y de la desesperación. Nos hace comprender en qué túneles llega el hombre a darse fuego a sí mismo.

 

La literatura nos enseña a buscar en las orillas una figura central.




 

 

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