Ingreso al oleaje de palabras para escribir
sobre Alfonsina Storni, como tributo a 130 años de su nacimiento.
Inicio con “Tú me quieres alba”, publicado en
su poemario El dulce daño en 1918 (su
segundo poemario, posterior a La
inquietud del rosal, 1916), porque es con su poema-manifiesto que confronta
al discurso patriarcal avalado por una sociedad manipuladora e hipócrita:
Tú me quieres alba,
me quieres de espumas,
me quieres de nácar.
Que sea azucena
sobre todas, casta.
De perfume tenue.
corola cerrada.
Ni un rayo de luna
filtrado me haya.
Ni una margarita
se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
tú me quieres blanca,
tú me quieres alba.
Tú que hubiste todas
las copas a mano,
de frutos y mieles
los labios morados.
Tú que en el banquete
cubierto de pámpanos
dejaste las carnes
festejando a Baco.
Tú que en los jardines
negros del Engaño
vestido de rojo
corriste al Estrago.
Tú que el esqueleto
conservas intacto
no sé todavía
por cuáles milagros,
me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!
Huye hacia los bosques,
vete a la montaña;
límpiate la boca;
vive en las cabañas;
toca con las manos
la tierra mojada;
alimenta el cuerpo
con raíz amarga;
bebe de las rocas;
duerme sobre escarcha;
renueva tejidos
con salitre y agua;
habla con los pájaros
y lévate al alba.
Y cuando las carnes
te sean tornadas,
y cuando hayas puesto
en ellas el alma
que por las alcobas
se quedó enredada,
entonces, buen hombre,
preténdeme blanca,
preténdeme nívea,
preténdeme casta.
“Me llamaron Alfonsina, que quiere decir
dispuesta a todo”, dijo, la hija de migrantes suizos instalados en la provincia
de San Juan (Argentina) en 1880.
“Estoy en San Juan, tengo cuatro años; me veo
colorada, redonda, chatilla y fea. Sentada en el umbral de mi casa, muevo los
labios como leyendo un libro que tengo en la mano y espío con el rabo del ojo
el efecto que causo en el transeúnte. Unos primos me avergüenzan gritándome que
tengo el libro al revés y corro a llorar detrás de la puerta.”
A los 10 años lava platos y atiende mesas en el
“Café Suizo”, propiedad de su madre. Después será obrera en una fábrica de
gorras. Posteriormente, el destino la lleva al teatro:
“A los trece años estaba en el teatro. Este
salto brusco, hijo de una serie de casualidades, tuvo una gran influencia sobre
mi actividad sensorial, pues me puso en contacto con las mejores obras del
teatro contemporáneo y clásico [...] Pero casi una niña y pareciendo ya una
mujer, la vida se me hizo insoportable. Aquel ambiente me ahogaba. Torcí
rumbos...”
Más tarde se convierte en maestra rural y se
vincula a revistas literarias donde publicará sus poemas.
Define su vida una actitud de mujer que se
enfrenta sola a sus decisiones. Nace su hijo Alejandro al que registra sólo con
su apellido.
Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor
sin ley,
Que no pude ser como las otras, casta de
buey
Con yugo al cuello; ¡libre se eleve mi
cabeza!
Yo quiero con mis manos apartar la maleza.
Mirad cómo se ríen y cómo me señalan
Porque lo digo así: (Las ovejitas balan
Porque ven que una loba ha entrado en el
corral
Y saben que las lobas vienen del
matorral).
(…)
Yo soy como la loba. Ando sola y me río
Del rebaño. El sustento me lo gano y es
mío
Donde quiera que sea, que yo tengo una
mano
Que sabe trabajar y un cerebro que es
sano.
La que pueda seguirme que se venga
conmigo.
Pero yo estoy de pie, de frente al
enemigo,
La vida, y no temo su arrebato fatal
Porque tengo en la mano siempre pronto un
puñal.
El hijo y después yo y después... ¡lo que
sea!
Aquello que me llame más pronto a la
pelea.
A veces la ilusión de un capullo de amor
Que yo sé malograr antes que se haga flor.
(“La
loba”,1916).
Trabaja como cajera y en la revista Caras y Caretas. Gracias a ello, publica,
con fondos propios, su primer poemario La
inquietud del rosal (1916).
En 1919 Amado Nervo llega a la Argentina como
embajador de su país, y frecuenta las mismas reuniones que Alfonsina, lo que le
permite establecer relación con poetas modernistas.
Se enamora de Horacio Quiroga, un hombre
marcado por el destino, perseguido por los suicidios de seres queridos.
El 20 de mayo de 1935 Alfonsina es operada de
un cáncer de mama, hecho que la desestabiliza.
En 1936 se suicida Horacio Quiroga y ella le
dedica un poema de versos conmovedores y que presagian su propio final:
Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
y así como en tus cuentos, no está mal;
un rayo a tiempo y se acabó la feria...
Allá dirán.
Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte
que a las espaldas va.
Bebiste bien, que luego sonreías...
Allá dirán.
El
23 de octubre de 1938 viaja a Mar del Plata y hacia la una de la madrugada del
martes veinticinco Alfonsina abandona su habitación y se dirige al mar. Deja
escrito “Voy a dormir”:
Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación, la que te guste;
todas son buenas, bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides... Gracias... Ah, un
encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido.
Esa mañana, dos obreros descubrieron el cadáver
en la playa. A la tarde, los diarios titulaban sus ediciones con la noticia: “Ha
muerto trágicamente Alfonsina Storni, gran poetisa de América.”
Alfonsina Storni. Mujer. Migrante. Latinoamericana.
Argentina. Pobre. Madre. Feminista. Poeta. Suicida. Eterna.