Saramago nos da múltiples motivos para celebrar
su gran obra. Vivió como escribió: transformando la ética en estética con
lucidez e integridad. Tanto, que deja perplejos a los ojos del siglo XXI ante
indicios y claves que revelan quiénes somos.
Regresar a su obra es retornar al hogar de los abuelos en Las pequeñas memorias; a la cama de sábanas limpias en El cerco de Lisboa; a la puerta donde duerme un perro negro entre Las intermitencias de la muerte.
Sus personajes son más humanos, que muchas personas que conocemos. Nos lo dice su José del Evangelio lleno de sueños y de culpas; te lo ha dicho don José de Todos los nombres, al encontrar en el amor la salvación; me lo dirá siempre el niño José, eco que tiempo después será vida en sus novelas.
Miro en Saramago la dignidad y la convicción de que la historia individual es la colectiva. Todas y todos hemos caminado bajo la lluvia con el temor de caer en el olvido. Cada pareja es todas las parejas, cada historia de amor es todo el amor, cada dictadura es todas las dictaduras. Nos devuelve a viejos relatos y los dota de nuevos significados. Rescata palabras ya dichas, derrumba sus altares y las coloca entre mujeres y hombres que se encuentran y se desencuentran entre su escritura irónica, punzante, demoledora y pesimista.
Saramago es un prodigio de los diálogos. Por medio de ellos, nos acerca a los asuntos de frente a la lectura: se pone a prueba y devela el error, dice y se desdice, enfatiza y duda, va y viene entre la transcendencia y lo cotidiano, entre la tragedia, la melancolía y la comedia, con personajes reflejantes.
Como todo gran escritor, su prosa es el poema del devenir. Sólo así logra que sus novelas sean viajes hacia la profundidad de la identidad. Se asoma a la ficción con guiños de verosimilitud, para reducir excesos literarios. Me toma de la mano para decirme: entre tú y yo escribimos una historia que trata de ti y de mí en el hueso y la carne del papel.
Saramago es un territorio lleno de caminos para comprender lo humano.
Hoy necesitamos Ensayo sobre la lucidez, para darnos cuenta que la literatura sin él florece en la inmundicia del entretenimiento. Tantas casas editoriales y tantas y tantos escribientes vacunados contra el fracaso, defensores del éxito individual, perseguidores de fortuna, fama y prestigio que, sin lucha, sin credo, sin ideología, reducen la lectura a un acto de consumo de historias perdidas en la desmemoria de la lectura fácil.