La
lectura nos pone en contacto con otras vidas y eso nos salva, porque de algún
modo empezamos a conocernos a nosotros mismos a través de los demás.
Soy lectora
constante y no me avergüenza decirlo. Como dice mi maestro Borges: “Que otros
se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”.
Me pasa exactamente igual.
Tanto
en la selección de mis lecturas y en mi forma de leer, así como en mis
escrituras, uno de los libros que me marca más es Obras completas de William Shakespeare. Páginas que me encontraron
a mí en un tiradero de libros en la Plaza San Fernando en Guanajuato. Se trata
de una edición rara y difícil de encontrar, publicada por Editorial Aguilar en
1967.
Shakespeare
agota el hecho humano. No hay psicólogo, no hay libro que desentrañe el alma como
el teatro de Shakespeare. Es encontrarnos con la esencia humana. No hay manera
de ir más allá de Shakespeare. El drama del poder representado por Macbeth, la
locura de Lady, su relación y sus discursos, son fascinantes. Con la lectura de
Shakespeare padecemos el síntoma de estar vivos.
Al
escribir las últimas palabras de la frase anterior, vino a mí Federico García
Lorca. Un autor que siempre habla de sí mismo y de su problema personal, sin distinguir
el género que se lea. A la vez, hablando desde sí mismo, es uno de los poetas
universales. Es un autor, un personaje fascinante. Un tipo encantador, como la
fuerza de la naturaleza lleno de vida que fue truncada por su asesinato a los
treinta y ocho años. Un drama a la menara de Shakespeare. Yo lo adoro a
Federico. Me parece un autor tan increíble, como soñado.
Diván del Tamarit, con
sus casidas y gacelas, y los once Sonetos
del amor oscuro, son un parteaguas de la poesía escrita en español.
La
literatura, sobre todo la poesía, me da la posibilidad de respirar, de caminar.
Cualquier acto de lo más elemental, me lo ha dado la lectura y la escritura. Es
mi lugar donde me encuentro en común al decir: es la sangre que circula por mis
venas. No puedo decir que me ha aportado algo, como si fuera algo externo. Es
parte de mi vida, porque crecí entre libros.
Tiendo
aquí a Lorca. “El poeta dice la verdad”:
Quiero
llorar mi pena y te lo digo
para
que tú me quieras y me llores
en un
anochecer de ruiseñores
con un
puñal, con besos y contigo.
Quiero
matar al único testigo
para
el asesinato de mis flores
y
convertir mi llanto y mis sudores
en
eterno montón de duro trigo.
Que no
se acabe nunca la madeja
del te
quiero me quieres, siempre ardida
con
decrépito sol y luna vieja.
Que lo
que no me des y no te pida
será
para la muerte, que no deja
ni
sombra por la carne estremecida.