Hay un momento que sientes que
ya tienes pasado (Dante lo sintió a los treinta y cinco). Que ya sabes quién has
venido a ser aquí. ¿A ser quién? ¿A hacer qué? Ser alguien que hace algo, quizá
con el propósito de quedarte en la memoria.
Te dicen que para ser recuerdo,
hay que plantar un árbol -una tumba prematura y natural donde depositarán tus
cenizas para que sean nube-, hay que tener un hijo -línea de la genealogía- y
hay que escribir un libro -para que el pensamiento perdure en la escritura.
Me puse a escribir, sin
ninguna responsabilidad, solamente siguiendo el pálpito del encuentro en el
territorio donde me busco.
Muchas voces literarias son mi casa de escritora.
En mi escritura está Ana
Ozores (protagonista de La regenta de
Leopoldo Alas “Clarín”), una mujer víctima de sí misma, de su época, de una
sociedad envidiosa, que alaba la virtud y a la vez quiere ver el pecado ajeno,
para machacar. Una víctima de hombres que quieren controlar su conciencia o que
la desean con el único fin de sumarla a una conquista más. Víctima del placer,
que la avergüenza y la hace sentir culpable.
También está Stefan Zweig, por
su capacidad de comunicar y hacerme pensar. Es uno de esos autores que parece
que me habla, para mostrarme lo que yo no sé expresar.
La literatura me enseña a
vivir de una forma más viva, más libre. Leer, escribir, escribir, leer es una
forma de estar en el mundo, de ampliarlo, de ser consciente de lo que soy y de
lo que hago, sin olvidar de dónde vengo, y de tener más capacidad y más
fortaleza para saber adónde ir.