sábado, 31 de diciembre de 2022

El lugar de la escritura

 

El acto de escribir es un hecho que no sólo se concreta en el momento físico, caligráfico, sino también en el vilo de los sentidos. Para mí, es ingresar a un estado sedentario que implica -antes- caminar por páginas de libros; ser errante entre letras, ser nómada.

La literatura rebosa en personajes que bien pueden simbolizar el respirar del andar. Sancho Panza, por ejemplo -realista de corta visión-, es quien está cambiando a lo largo de la novela de Cervantes. Al final don Quijote vuelve a la cordura -que también es una forma de morir-, para realzar la dualidad y el proceso de transmigración en la obra. El personaje que se transforma al final es Sancho. De igual manera nos cambia escribir: cada página es una aventura que implica regresar para volver a partir.

En general, quienes escribimos desde la honestidad, buscamos leer obras donde hable la boca de la literatura. No consumimos tramas o emociones, sino que producimos sentidos para construir el lugar de la escritura. Un territorio complejo que exige fundir un qué y un cómo; hacer de lo humano lo sublime, con una forma intransferible.

Por mi parte, escribo desde la fragilidad las palabras. Busco en ellas la materia prima del efecto estético -sensorial-, que construye la habitación de la imagen.

Sin adoctrinamientos, sin colonización, la literatura es, ante todo, una vía de conocimiento que no puede ser trasmitido por otro código. Una fuente de inspiración, para nombrar el fluir del pensamiento.




viernes, 30 de diciembre de 2022

Escritura y seducción

 

Los libros me atraen desde que tuve uso de razón. La anécdota familiar es que mi padre me daba una brocha para sacar el polvo del lomo de cada libro, como si fuera un cuerpo que ansía respirar.

Hay gente que imagina la escritura tocada por las musas en la matriz de un estudio, parida por la genialidad. No, no es así. Nace en la soledad y en la inseguridad de si escribir, de si lo que se está escribiendo vale la pena o no.

Hay cosas muy duras en el oficio de escribir. Porque se puede escribir desde cualquier punto de vista, pero hay que hacerlo bien.

Lo que yo quisiera lograr es hospedar en mis poemarios más sentimientos que pensamiento, para que entre el lector y quede atrapado por ellos. Fantaseo que mis poemas son tejidos, texturas con hilos que sujetan la mirada. Por eso me queda claro, que escribo con la intención de seducir.

Para mí la escritura es un trabajo duro, que no me hace especial, sino que me ayuda a comprenderme, a entender a quien está a mi lado, a mimetizarme un poco con la gente, con lo que veo, con lo que me rodea.

Escribir cada uno de mis libros ha sido una experiencia vital. Me han enseñado a escribir para su propio universo.  Me han enseñado a exponerme y la honestidad que cada palabra reclama.

Cada uno de mis poemarios es para mí algo extraordinario, por el hecho de que existen. Sin embargo, con mucho que mejorarles. Por eso después de publicados quisiera que desaparecieran y volver a escribirlos. Quisiera meter más los dedos en el tema del deseo y del dolor femenino y sanar a una sociedad que ha sido incapaz de crear nuevas formas de amar.






El lugar común donde me encuentro

 

La lectura nos pone en contacto con otras vidas y eso nos salva, porque de algún modo empezamos a conocernos a nosotros mismos a través de los demás.

Soy lectora constante y no me avergüenza decirlo. Como dice mi maestro Borges: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”. Me pasa exactamente igual.

Tanto en la selección de mis lecturas y en mi forma de leer, así como en mis escrituras, uno de los libros que me marca más es Obras completas de William Shakespeare. Páginas que me encontraron a mí en un tiradero de libros en la Plaza San Fernando en Guanajuato. Se trata de una edición rara y difícil de encontrar, publicada por Editorial Aguilar en 1967.

Shakespeare agota el hecho humano. No hay psicólogo, no hay libro que desentrañe el alma como el teatro de Shakespeare. Es encontrarnos con la esencia humana. No hay manera de ir más allá de Shakespeare. El drama del poder representado por Macbeth, la locura de Lady, su relación y sus discursos, son fascinantes. Con la lectura de Shakespeare padecemos el síntoma de estar vivos.

Al escribir las últimas palabras de la frase anterior, vino a mí Federico García Lorca. Un autor que siempre habla de sí mismo y de su problema personal, sin distinguir el género que se lea. A la vez, hablando desde sí mismo, es uno de los poetas universales. Es un autor, un personaje fascinante. Un tipo encantador, como la fuerza de la naturaleza lleno de vida que fue truncada por su asesinato a los treinta y ocho años. Un drama a la menara de Shakespeare. Yo lo adoro a Federico. Me parece un autor tan increíble, como soñado.

Diván del Tamarit, con sus casidas y gacelas, y los once Sonetos del amor oscuro, son un parteaguas de la poesía escrita en español.

La literatura, sobre todo la poesía, me da la posibilidad de respirar, de caminar. Cualquier acto de lo más elemental, me lo ha dado la lectura y la escritura. Es mi lugar donde me encuentro en común al decir: es la sangre que circula por mis venas. No puedo decir que me ha aportado algo, como si fuera algo externo. Es parte de mi vida, porque crecí entre libros.

Tiendo aquí a Lorca. “El poeta dice la verdad”:

 

Quiero llorar mi pena y te lo digo

para que tú me quieras y me llores

en un anochecer de ruiseñores

con un puñal, con besos y contigo.

 

Quiero matar al único testigo

para el asesinato de mis flores

y convertir mi llanto y mis sudores

en eterno montón de duro trigo.

 

Que no se acabe nunca la madeja

del te quiero me quieres, siempre ardida

con decrépito sol y luna vieja.

 

Que lo que no me des y no te pida

será para la muerte, que no deja

ni sombra por la carne estremecida.





 

jueves, 29 de diciembre de 2022

Una voz es una casa

 

Hay un momento que sientes que ya tienes pasado (Dante lo sintió a los treinta y cinco). Que ya sabes quién has venido a ser aquí. ¿A ser quién? ¿A hacer qué? Ser alguien que hace algo, quizá con el propósito de quedarte en la memoria.

Te dicen que para ser recuerdo, hay que plantar un árbol -una tumba prematura y natural donde depositarán tus cenizas para que sean nube-, hay que tener un hijo -línea de la genealogía- y hay que escribir un libro -para que el pensamiento perdure en la escritura.

Me puse a escribir, sin ninguna responsabilidad, solamente siguiendo el pálpito del encuentro en el territorio donde me busco.

Muchas voces literarias son mi casa de escritora.

En mi escritura está Ana Ozores (protagonista de La regenta de Leopoldo Alas “Clarín”), una mujer víctima de sí misma, de su época, de una sociedad envidiosa, que alaba la virtud y a la vez quiere ver el pecado ajeno, para machacar. Una víctima de hombres que quieren controlar su conciencia o que la desean con el único fin de sumarla a una conquista más. Víctima del placer, que la avergüenza y la hace sentir culpable.

También está Stefan Zweig, por su capacidad de comunicar y hacerme pensar. Es uno de esos autores que parece que me habla, para mostrarme lo que yo no sé expresar.

La literatura me enseña a vivir de una forma más viva, más libre. Leer, escribir, escribir, leer es una forma de estar en el mundo, de ampliarlo, de ser consciente de lo que soy y de lo que hago, sin olvidar de dónde vengo, y de tener más capacidad y más fortaleza para saber adónde ir.






lunes, 19 de diciembre de 2022

Tres espejos literarios: Woolf, Rimbaud y Conrad

 

La literatura es la gran compañía del viaje. El viaje es vivir y nos acompañan los libros que tenemos a mano. Con ellos, nos hacemos preguntas y nos enteramos de muchas cosas de nosotros mismos y de lo otro. Son grandes espejos, que se proyectan hacia adentro y hacia los demás. Por tanto, leer es como mirar la vida con un microscopio y desde un telescopio.

La literatura nos da suelo para caminar y nos permite dar la vuelta a muchas cosas de la vida. Cada libro es como un canal que nos modula.

 

Una autora

Las olas de Virginia Woolf es uno de esos libros que nos hace damos cuenta de cómo se esponjan las palabras y de la gran capacidad que tiene la frase para hacer mundos enteros. En esta obra se anuda la poesía a la prosa, se genera un fluir extraordinario de monólogos, con una narrativa que es una ondulación poética inmensa, convertida en un pabellón infinito de posibilidades. Leer Las olas es asombrarse en cada página: un asombro de cómo Virginia Woolf cifró un mundo tremendamente extraño y lo desató en un puñado de páginas.

 

Un autor

Arthur Rimbaud partió en dos las aguas de la poesía europea entre los quince y los veintiún años. Él hace una gran obra; una obra extraordinaria de la que solo publica un libro Una temporada en el infierno. De ese libro solo recoge diez ejemplares, los demás los deja en un almacén. Y a partir de ahí su vida cambia: rompe con todo. Después de una peripecia por Holanda decide marchar a África, se va a Etiopía, a Harari y ahí se convierte en un personaje lleno de sombras, dudoso, que mercadeaba con café, con otros productos y con esclavos; un tipo cercano a lo siniestro. Pero, creo que hay pocos autores, pocos seres humanos en la literatura que puedan tener la capacidad de imantación de lo que es una vida que arde en todas sus dimensiones, como la Arthur Rimbaud.

 

Un personaje

El coronel Kurtz de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad concentra el horror.  Además, es una expresión muy suya: “el horror, el horror”. Es uno de los tipos más arrasados de la literatura, uno de los personajes más devastados, que nos hace comprender cómo uno puede ser preso de sus demonios, el dios absoluto de las propias obsesiones y cómo esto supone la debacle, el hundimiento del ser humano. Y además en esa atmósfera del Congo, este personaje que llega a ser totémico, se convierte en el gran modelo del nihilismo y de la desesperación. Nos hace comprender en qué túneles llega el hombre a darse fuego a sí mismo.

 

La literatura nos enseña a buscar en las orillas una figura central.




 

 

domingo, 25 de septiembre de 2022

Ternura. Noción empolvada

 

A nuestra colección de sensaciones le falta la ternura. No pensamos en ella. No sentimos con ella.

Quizá, con fortuna, la advertiremos al sucumbir el deseo sexual. Si es que la represión no nos llena de amargura.

Miramos a dos, no necesariamente viejos, acariciando uno a otro su rostro o tomados de la mano procurándose y sentimos lástima. Decrépitos, decimos.

 

El amor expresado mediante el cuidado y la consideración está infravalorado frente al torrente del amor romántico, con su hiperinflación de sexualidad y su herida. Parece que esta afirmación, por demás común, está cayendo letra a letra en tiempos de resemantización de las relaciones afectivas.

 

¿Será posible invertir la jerarquía? Es decir, si la ternura es la ceniza del enamoramiento, ¿podremos convertirla en leño?

¿Será?

Me pregunto desde la poesía.

¿Es la ternura la cura del daño -implícito- del amor?

Borro la palabra “cura”.

Replanteo:

¿Es la ternura el sostén de la pervivencia y la persistencia del amor?

Borro la palabra “sostén”.

El problema intuido es el combate entre el narcisismo y lo edípico, entre lo sexual y lo sensual.

 

¿Cuánta literatura contemporánea está cimentada en el dolor, el abandono, el crimen, la soledad, el autoritarismo?

Sea la paz.

 

Es urgente la emergencia de nuevas modalidades afectivas.

Quizá la coagulación de erotismo y ternura sea un nuevo modelo para amar.

 

Nada de lo escrito aquí no se ha dicho ya.



Imagen: "Red flower" (1952). Kiyoshi Saito.



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 3 de septiembre de 2022

Poesía gráfica de la melancolía

 

Blanca es la fantasía, torcida en lo negro del sentido. Henn Kim (Ulsan, Corea del Sur, 1982) es un fenómeno en Instagram (más de un millón de seguidores), porque convierte los sustantivos abstractos -de los tópicos líricos- en reflexiones sobre nosotras mismas, nuestras relaciones con los demás y con el mundo.

 

Su protagonista gráfica es una mujer despojada de la identidad que otorga la prenda de vestir. Podría ser cualquiera de nosotras.

 

Hundida en la tristeza, mirando la esperanza en un cielo estrellado, flotando en el universo, quebrada, levantada, leyendo, viviendo… a una mujer no le bastan las palabras. Porque el lenguaje no es eficaz, para expresar las tonalidades y la profundidad de las emociones.

 

Hay temas predominantes: el amor y desamor, los efectos de la lectura, lo cotidiano que nos consume, el extremo de mirar el mundo con la claridad mental suficiente, para huir de situaciones dañinas.

 

Porque el amor duele.

 

Su poesía gráfica tiene mucho de Freud: el malestar en la cultura, la interpretación de los sueños, duelo y melancolía. El peso en el último: el yo despojado de sí mismo. La cancelación del mundo exterior potencia la fantasía. La incapacidad para sentirse amada, el autorreproche. No es una mujer dolida (no está en duelo), es una mujer empobrecida de su propio yo. Está consciente de la pérdida, pero no de lo que ha perdido en ella.

 

Un delirio de insignificancia alimentado por el insomnio, la falta de apetito y el desfallecimiento en llanto, son el collage.

 

¿Por qué a Henn Kim le apasiona la melancolía? Quizá porque es el estado psicológico que revierte el lenguaje hacia el yo. No puede exteriorizarse. El corazón roto, la tristeza, el desencanto, el dolor, se habla así mismo. Es silencio trazado en el negro. Es la belleza de la pena mirándose al espejo.

 

No estamos rotas, es el sistema el que nos rompe.


De mi autoría el Poema 29 de “Falda al Viento ArteFacto Poético”

Esperamos lo suficiente

para que los versos del amor fueran la mueca de la tragedia

Entre párodo y éxodo

el coro inmortal danza el fatum

dos cuerpos

sin líneas definibles

en inicio

sucumben punteados

en final


Como la grata ofrenda sagrada en el altar

hundes la doble hacha en mí

tú también agonizas

mi dolor es tu herida, ¿sabes?

¿Te duele?

sobre quien lastima pesa la sangre

*

Presagio autocumplido

el tornado convierte la caricia en golpe

el miedo, el insomnio, la pesadilla

sin salvación el naufragio

en el choque del amor

el engaño de la sublimación

despliega el drama del fluir de la conciencia

amalgama de comedia romántica con novelita sentimental

del felices para siempre

a la vida difícil de amantes y enemigos

*

No fuiste el amor de mi vida ni de cuatro estaciones

ni el relicario del yerro lavado con líquidos de pasión

sólo el ritual impostado del lugar común


Dormí contigo en trescientas estrellas

en tu pieza de sonido a mar

con su abisal en el olfato

para saciar tus crepúsculos ansiosos

con tu taza que es mi boca

con la falsedad del cliché

del tiempo cancelado


Pobre chica ingenua, fui

encerrada en tu sótano con protección acústica

pisoteada mi voz por los pasos de arriba

Valiente mujer la que descubre

que la luz es también un hoyo negro

que el amor es maquinista del tren sin destino

perdido en la juntura de los rieles

*

No te detengas nunca más frente a mi puerta

que delante de mí

el amor no te sostenga






domingo, 28 de agosto de 2022

Me voy, te vas, se va

 

Irse es una urgencia de dos sílabas: una verbal (la acción) y otra pronominal (de quien se va).

Irse, es la conciencia del espacio en su diferencia.

Cómo estoy aquí.

Qué pasará si me voy de ahí.

Por qué irme de allí.

 

Moverse es más leve; es viento.

Abandonar es trágico; es vaciar a otro de ternura.

 

Irse, es tener adonde irse. No siempre hay otro sitio que nos acoja. Pienso, por ejemplo, en el film “Bombshell”, donde irse significa abandonar la carrera, la admiración de otros, la seguridad económica. Pienso, también, en la serie “I Just Killed My Dad”, donde irse significa ser perseguido por el odio de otro.

 

¿Cuándo hay que irse pese a todo? Cuando el título de propiedad de la vida está en juego; cuando la dignidad -también llamado amor propio- está en un mortero.

 

Con mirada de órdago, nos vamos de donde no hay amor; porque se agotó o violentó.

Nos vamos porque no lo intentan; cuando una sola mano empuja la carreta y los demás, mudos, observan.

 

Hay que irse de ahí, cuando nos usan de espejo: no te mires en mí, por no mirar en ti.

Hay que irse de allí, cuando nos usan de almohada: entre las piernas, de confesionario, de lacrimatorio, de amortiguador.  

 

Yo me voy de donde no hay abono

Tú de donde no surgen preguntas

Él porque ha sido descubierto

Ella huye cuando la mentira obstruye

 

Yo me voy de donde no entienden motivos

Tú de donde no hay respuesta

Él porque tiene miedo

Ella huye cuando el llanto apaga su fuego

 

Yo me alejo jugando

Tú pateando piedritas

Él limpiándose las ruinas

Ella sin voltear atrás

 

Irse para no quedarse igual

irse para que no todo sea igual

ir-se para no extinguir-se

 

 


 

 

La imagen la tomé de Pinterest

 

 

 

 

 

domingo, 21 de agosto de 2022

Altazor - tiza

 

“Toda primera vez es…” tiene cerca de 1,500,000,000 resultados relacionados con: “¿Qué sucede la primera vez que tienes sexo?” Con menores vínculos: “Toda primera vez es… conector de tiempo”. Esto es lo que buscaba, un pre-texto para refractar la temporalidad entre escribir y publicar poesía -erótica.

 

Pero antes declaro: estoy fuera del totalitarismo de la academia y de la presunción del oficio de poeta. Me parece peligroso, para la abundancia humana, habitar en una sola casilla y quedarse como estatua. Por tanto, elijo vivir con un pie sobre una cáscara de plátano y con el otro, en la orilla del abismo. 

 

Todo inició con el performance “Altazor”. En 2018 comencé a escribir la adaptación, para poesía escénica y danza contemporánea, de la obra cumbre de Vicente Huidobro. Fue el ejercicio de quitar, poner y cambiar el que empujó la piedrita, porque el formato exige una narrativa coreográfica con ritmo lírico.

 

Diversas voces han preguntado: ¿por qué empezaste a escribir y a publicar “tan tarde”? El momento llegó, sin propiciarlo, cuando Altazor me lanzó sin paracaídas ni parasubidas.

 

El tema del deseo y del erotismo femenino (una mujer versa el juego de los cuerpos) está gestado al final de la adaptación de “Altazor”. No podría situar en otro lado el hilo conductor.

 

 

Sabes que no hay tiempo que perder

Sabes que tu mirada lleva la palabra al corazón

Y a la boca embrujada del ruiseñor

Juguemos fuera del tiempo

A la hora del cuerpo en el naufragio ambiguo

Yo mido paso a paso el infinito

Por tanto, no hay tiempo que perder

Entonces

Ah entonces

Más allá del último horizonte

Se verá lo que hay que ver

Entonces no hay tiempo que perder

Y si viene el instante prosaico

Siga el barco que es acaso el mejor

Ahora que me siento y me pongo a escribir

Ni un instante perdido ni un verso en el naufragio

Levántate alegría

Todo esto es hermoso como mirar el amor de los gorriones

O como oír dos pájaros anónimos que cantan a la misma azucena

O como el rubí nacido de los deseos de una mujer

Y como el mar que no se sabe si ríe o llora

Y como la mina de oro de las abejas

Levántate alegría

Mi alegría es oír el ruido del viento en tus cabellos

Mi alegría es mirarte en el diván del mundo

Mi alegría es mirarte cuando escuchas

Ese rayo de luz que camina hacia el fondo del agua

Si tú murieras las estrellas a pesar de su lámpara encendida perderían el camino

Si tú murieras, ¿qué sería del universo?

 

 

En ese final está ya el ab ovo: el tiempo, el otro, el juego, los cuerpos, las miradas, el viento, el mar, la escritura, el naufragio, el deseo, las risas, los llantos, el amor, la pérdida, el miedo… estas piezas de modelo para armar, tiza de Altazor, fueron mi rito de iniciación.

  

“Poema 1”

 

No busqué enterrar el dolor,

se extendió por mi cuerpo

como una sombra,

envenenó mi sangre,

se filtró en el agua que quise beber

y me ahogó.

 

Fui cerrando toda herida

con la ligereza del párpado.

De nada sirvió.

En cada cambio de estación

se hacían visibles,

perdían su transparencia

recordándome en la piel su existencia.

 

Llegaste cálido una noche de julio

a inventarme el amor.

Con la fuerza del golpe,

con nuestras viejas cicatrices,

con los miedos inútiles,

con la tristeza arrastrada,

con la lumbre

huida y cobarde,

nos encontró el azar.

 

Creamos la caricia en dos cuerpos malogrados,

como una tierra florida

para plantar

el amor.

 

Una mujer está enterrada viva por un dolor, que no comprende. El azar la lía a un hombre, también herido. Sin paracaídas ni parasubidas, dos cuerpos lastimados y anhelantes buscan renacer en el amor, en la misma fractura que los dobló. ¿Dónde más podría ser?

 

 


 

 


 “En Escala del 15 al 26” (2020) comenzó a escribirse en 2018. 


Si quieres escuchar y ver la última coreografía de mi adaptación para el performance “Altazor”, aquí dejo el enlace:

 

https://www.youtube.com/watch?v=kwMKpGtlInM&t=725s

 

 

 

 

 

Día Internacional del Libro: Idea Vilariño

  “Poemas de amor”, de Idea Vilariño, es un poemario publicado en 1957. Los poemas ahí integrados lindan con su “Nocturnos” anterior, hondos...